viernes, 2 de septiembre de 2022

MEDALLA DE ORO. Por JORGE DIAZ HERRERA.

 


MEDALLA DE ORO
Por JORGE DIAZ HEERRERA.

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José Milos fugó de su casa a los diez años y sus padres dieron con él tres años después, de mandadero en una familia piadosa que lo halló durmiendo a la intemperie y vestido de andrajos. Lo habrían criado como hijo de no ser por Remi, el sobrino larguirucho y malhumorado, que desde el primer día de la llegada del muchachito, a quien llamó despectivo el recogido y se propuso ofenderlo: Yo no me siento a la mesa con ese, protestó con una mueca de asco, alejando de sí los platos de comida que tenía ante él. Los tíos, para evitar disgustos, le pidieron a Milos que fuera a comer a la cocina, que se convirtió en su lugar. Las mortificaciones pusieron muchas veces a Milos a punto de huir de ese tormento, mas las huellas de su fuga anterior refrenaban sus ímpetus. Felizmente, los papás dieron con él y se lo llevaron. Aprendió múltiples oficios con los cuales se ganó la vida y pudo estudiar en la Escuela de Bellas Artes. La medalla de oro y la beca para perfeccionarse en Italia lo animaron a embarcarse en un vapor y tras casi un mes de mar ancló en Génova. Milos, marcado por su azarosa existencia había endurecido su carácter y convertido su timidez en una audacia capaz de romper cualquier barrera. Dio con un viejo acaudalado a quien conquistó con la singularidad de las formas y colores de sus pinturas y, gracias a él, creció su prestigio y logró ser incluido en nóminas de pintores importantes. Cuando Milos cumplió sesenta años y su mecenas hacía tiempo había partido al otro mundo, retornó a su país y no hubo crítica más implacable contra él que la de los pintores de su entorno: -Disparates que no me llegaban ni a los talones, decía José Milos. Su notoriedad le creó antipatías. Enfermó, los médicos presintieron lo peor. Agónico, observó el cuadro que pidió le acercaran y despotricó de él de modo feroz. Para que muera tranquilo, no le dijeron: es un cuadro tuyo.
 

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