DANZARIO
I
Por:
BORIS ESPEZÚA SALMÓN.
Soy el trompetista riente y bailante que dirige la
banda de músicos. Estoy en el redondel del fervor, sacando el oro de melodías
preparatorias a la fiesta. Mi pecho palpita más rápido que mi espíritu. Allí me
habita un trapecio de energía que espera danzar entre el rubor y la neblina
vaporizada que se forma de los suspiros de la gente. Toco con el fuego
oxigenado que le cambia el cutis moreno a la ciudad y hace sonrojar las
mejillas de la luna, hasta que su luz me acompañe en los ojales de mi devoción.
La danza rueda
de la mano conmigo, hacia los pies, los labios y los ojos que remecen los
rebosados sueños. Silenciosos y bulliciosos se presentan con una pizca de vanidad
y pasión entre los párpados. Las voces que la acompañan han surgido cautivas y
son trinos en el aire que con el mordisco de la música en el corazón cruzan los
instantes eternos.
La danza
chapotea en el lago, chapotea en su brisa. Tiene una floración arrítmica que no
se detiene en los zapatos, ni en los guantes, ni tampoco en el más hermoso
anhelo que tiene la ciudad que con pañuelos blancos junta las expectativas y
los adornos de la fiesta, embriaga las noches y clava en las esquinas su ligero
corazón en estas calles donde cuelga la mano de Dios y se descuelgan los
despojos guardados. La danza sólo se detiene después de haber echado su dolor
con rezos y la melancolía sin su cáscara entreabierta. La danza puebla de
flores las sombras, reúne a los mil diablos para ser un ángel y después de los
temblores del cuerpo, guarda fumado el espíritu en su lecho.
Danzar es endemoniarse con los tendones
sensoriales que dependen del aire, con los cristales que la luz echa a su
suerte para estrellarse entre ellos, sin rastro de sangre quieta, sino
vibrante, sino salpicante. Danzar es flotar y elevarse para no morirse
escuchando tu nacimiento, es descifrar lo indescifrado, es relucir los fulgores
de una lengua que habla por otras lenguas. Es dar un salto y muchos saltos que
dicen por otros saltos indetenidos.
Es tiempo de
atar. La danza ata los tiempos, ata las lágrimas triangulares que con sus dones
sagrados hace piruetas al cosmos. Con la danza se adoban las penas, la tierra
alumbra sus trazos y sus señales en ritos lácteos en el bendito vientre donde
la ceja del hijo que viene con un clarinazo de rayo, alboreará otra espina
dorsal iluminada que soltará sus cadenas al cielo a través del crujir de los
glóbulos. Las peripecias de una estrella en los pies toca el sueño, haciendo
del suelo un delirio colosal, punteamos sus pasos en la línea y en el círculo
para que el cuerpo hable.
En esta
madrugada, hay una bocina que se ondula en mis dedos al sonar la trompeta, el
hipo del ponchero que toda la noche combatió el frío ahora tiene el latido y el
vahído renovado de la música , tiene la cruz en la palma de su mano izquierda y
en la derecha el milagro que abanica de coloridas melodías las malas suertes, para
danzar golpea los codos del destino, para redimirse desde la solapa hasta el
botapie en movimiento.
Con la danza
despliego mis alas sobre el filo del mundo, pongo los zafiros escamados en el
lomo de un pez, pongo una sombra en los ojos agraviados que saltan sin
pañuelos. Se danza para que no crezca la mala hierba en los sembríos lluviosos,
para que no se acumule la nostalgia en nuestra puerta, para que el diente de la
serpiente no nos cause mayores miedos y cientos de desdichas caigan del azar a
una lengua que no dice nada, sino por el eco de las mariposas que vuelan de tu
hombro y lloran lágrimas de fuego cuando el cuerpo con sus saltos conjure con
la altura. La danza requiere que esos cuerpos íntegros con atavíos para
traspasar el espesor de la carne y con la energía vibrante puedan confundirse
sin estigmas con el mundo.
Entonces arrojas
de tus brazos el aire impuro que nos hinchaba los pulmones porque tenía un
vacío para nuestras plegarias; arrojas de tu lengua, las palabras que con su
asombrada agua vierte nuestros cantos ocultos que aterrados desatan los nudos
más duros de tu corazón para que se vuelvan fantasmales en el aire circular.
Aún la chispa
verdadera no se ha prendido. Será cuando dances y tu cuerpo sea una rueda dando
vueltas en el juego de las facciones, en el azar circular del aire mareado.
Salta al centro de la danza, fulgurante, salta al costado del fervor,
deslumbrante. Allí, hay un frescor de aliento, un azular de brisa en flor que
se anticipa al paso de los danzantes con una cruz sobre las alas como una
corona de lluvia sobre nuestras máscaras. Al danzar la tierra exhala sus humus
de barro negro con las altas tormentas bajo la sal del crepúsculo, contra la
ceguera de los hombres y su honda edad de sacrificios.
Más allá de las
vocales y sus modulaciones el aliento festivo se propaga en una gran ave de
gracia sobre nuestros pasos. La oreja con sus corales, las manos atravesadas de
cielo y los ojos sin su subida de desfallecimientos en las ojeras. Entonces, la
gente tiene una voz más grave y nombra cada futuro en sus palabras rupestres.
Ninguna
maleficencia del bestiario en escena entorpecerá la coreografía del agua
evaporada, del asfixiamiento de la herrumbre, del ahogamiento y salvamiento de
las sombras, de aquellas que el danzante no quiere verlas, sino sentirlas y
bañarlas con luz vespertina. En la fiesta la noche se enciende y en el día se
apagan los años danzando y el tiempo no tiene piedad, oye los viejos truenos en
sus ramajes, que le rompen la quijada al presente, para verse en pie en el
espejo del futuro. La danza nos renueva y nos prolonga la vida, a través de
otros danzantes más bullangueros, más acróbatas, pero también más volátiles,
como todas esas sombras resurrectas.
Cuando se abre
la llave de la fiesta corren los chorros de ritmos que nos mojan a todos y a
todos también nos enjuagan el corazón y nos secan el rostro empapado de
adrenalina. Por eso, todas las maleficencias tienen el performance de la
voluntad puesta en el cuerpo. Las medidas de la eternidad, los ires y venires
en el paso del danzante son únicos y se parecen al andar del ángel más que al
de satanás. La fiesta bordea la prisa del sueño, su primer chillido y el
diapasón con su eco abre la carne y su sal de fuego. Todos esos danzantes soy
yo en un solo grito en el salto.
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Boris
Espezúa Salmón. Nació
en Juli-Puno. Fue Ganador del premio COPE de Oro 2009, autor de poemarios como
“A través del ojo de un hueso”, “Tránsito de Amautas”, “Tiempo del Cernícalo”,
“Alba del pez”, “Gamaliel y el oráculo del agua” y “Máscaras en el Aire”. Es
promotor cultural. Docente ordinario de
la Universidad Nacional de Altiplano de Puno. Participó en diversos Festivales
de Poesía en países como Cuba, Colombia, Chile y México. Se encuentra antologado en la Antología de la poesía peruana / Generación del 80 de José Beltrán Peña. Actual docente
ordinario en la UNA-Puno. Ha participado en el festival “La Huaca es poesía” en el año 2019.