domingo, 31 de mayo de 2020
AMOR. Por ALFONSINA BECERRA ALVARADO
AMOR
Esta noche seremos tu y yo,
prenderemos todas las farolas
y en medio de la noche
haremos locuras,
deslizando caricias
por toda la piel.
Incendiaremos la alcoba,
entraremos en locura,
con gritos de victoria
y en medio del silencio
se dibujaran infinidad
de devoradoras sombras,
uracanes de pasión y deseo.
Escribiremos la mejor historia,
crearemos el mejor poema.
Despertaremos luego rodeados
de abrazos tiernos...de
besos deseosos e insaciables
de promesas y algo más...
31 DE MAYO DE 1970. Por ARMANDO ALVARADO BALAREZO. (NALO)
Armando Alvarado Balarezo.
31 DE MAYO DE 1970
"A la Memoria de mis amigos:
Bernardo Escobedo Luna y
Javier Barrenechea Ibarra"
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
En las primeras horas de la tarde del domingo 31 de mayo de 1970, se disputó el partido inaugural de la Copa Mundial FIFA MÉXICO 70, entre el país anfitrión y la URSS, culminando, como dicen los charros: "cero a cero, sin balas ni lágrimas". El partido, bajo fuerte sol, fue estimado por los expertos como tenso y de poco lucimiento ofensivo, el empate les venía de perilla a ambos equipos y optaron por mantenerlo así, hasta el pitazo final, ante 107 mil espectadores que colmaron el Estadio Azteca. MÉXICO 70 fue el primer mundial de la historia con tarjetas, cambios, balón blanco y negro y TV a color, toda una revolución futbolera en la tierra de Moctezuma Xocoyotzin.
El reloj de la sala marcaba las 3.22 p.m. en Lima, PERÚ. Mi papá Armando, mi hermano Felipe y yo veníamos comentando el buen juego defensivo de Evgeni Lovchev, jugador del Spartak de Moscú, también de la "palomita" rasante del mexicano Horacio López Salgado, neutralizada por Anzor Kavazashvil, portero de la URSS que dejó en la banca al legendario Lev Yashin; de pronto se escuchó ladridos en el vecindario. Mi mamá entró a la sala persignándose y murmurando "algo va a pasar", un minuto después empezó el terremoto que el mundo nunca olvidará. Tuvo como epicentro el Océano Pacífico, frente a las costas de Chimbote y Casma.
Fue terrible - Recuerdos
3.23 de la tarde, primero un rumor sordo seguido de un tosco remezón, como mazazo en el pulmón. Luego una sacudida violenta, feroz, atronadora, cuesta mantenerse en pie, la casa cruje y vibra interminable... La familia en pleno sale despavorida a la calle "en fila india", ídem los vecinos, uno sin zapatos ni medias, otro en paños menores, es la primera vez que veo sin maquillaje, peinado ni tacos a una dama de toalla al cinto, que alborota corazones de lunes a viernes en el paradero Augusto B. Leguía de la línea 23. En el centro de la calle de tierra está mi amigo Wagner Padilla Vásquez, implorando contrito al cielo, con Ray-Ban oscuro y todos los cabellos en su sitio, viste impecable terno dominguero y calzados de charol, apto para un lonche en el Crillón. Los jirones Aquia y Pacllón del barrio Zarumilla se colman de pavor, Padre Nuestros y lágrimas. El camión rojo de papá parece poseído, trepida sin cesar como zarandeado desde arriba por manos invisibles. Han pasado 45 segundos, pero parecen mil, el sorpresivo terremoto grado 7.9 hace que los segundos parezcan minutos en mi mente atormentada, sin saber que lejos de allí, en mi amado Áncash, se está produciendo una catástrofe de efectos siderales.
La noche del 31 de mayo de 1970, sin conocer la verdadera magnitud del desastre retorné a la EO CINPIP donde cursaba el Tercer Año, pues aquella noche los noticieros limeños no informaron acerca del cataclismo en la sierra ancashina, sólo referencias de lo ocurrido en los pueblos del litoral peruano. Perú jugaba el martes 2 de junio contra Bulgaria, habíamos eliminado del mundial al equipo argentino, no estaban las poderosas escuadras de Francia, España ni Portugal; teníamos los mejores jugadores del planeta, el triunfo estaba garantizado, y dormí tranquilo, soñando con la bicolor.
El 01 junio de 1970 pasé en la escuela sin contratiempos, pero al día siguiente recibí la visita de papá. Me dijo: "Tu abuelita Catita, los amigos, vecinos y familiares que viven en Chiquián están bien; sin embargo dicen que los pueblos del Callejón de Huaylas fueron demolidos el 31 de mayo, también mi Cajacay querido”. La revelación me dejó destrozado. En ese momento comprendí que el dicho popular "No tener noticia es buena noticia" no siempre se cumple con rigurosidad, tampoco el dicho "las malas noticias llegan volando y las buenas cojeando".
Horas más tarde, después de Un Minuto de Silencio por el Terremoto, se enfrentaron Perú y Bulgaria en el Estadio Nou Camp de la ciudad de León en el estado mexicano de Guanajuato. Perú jugó de rojo con un crespón negro en la manga izquierda como señal de luto. Tras ir perdiendo por 2 a 0, Perú remontó el marcador, venciendo 3 a 2 con goles de Alberto Gallardo, Héctor Chumpitaz y Teófilo Cubillas, logrando su primer triunfo en la historia de los mundiales. El jugador cañetano José Fernández Santini comentó así, el suceso que palió el duelo del pueblo peruano: "Fue durante el entretiempo, estábamos perdiendo ante Bulgaria. Ingresó emocionado al camarín don Javier Aramburú Menchaca que era dirigente, y mostrando el puño, nos dice: 'Muchachos, sé que ustedes están acongojados por el terremoto de hace dos días. Acaban de enviar este puñado de tierra desde Lima, es de los escombros, les pido que salgan a ganar, para que este triunfo se lo dediquemos a nuestra gente que sufre'. Todos nos abrazamos y prometimos ganar como sea y cumplimos, volteamos el partido guiados por "Didi". Después nos enteramos que la tierra había sido recogida por don Javier de un terral cercano al Estadio Azteca".
Al culminar MÉXICO 70, el peruano Teófilo Juan Cubillas Arizaga, fue distinguido por la FIFA como el mejor jugador joven del mundial, al compás de la canción Perú Campeón, y Brasil se consagró Tricampeón del Mundo, ganando en propiedad el Trofeo Jules Rimet (21 de junio de 1970).
El viaje
Después del partido Perú Bulgaria se me acercó en el Patio de Honor de la EO CINPIP el Oficial Segundo (Teniente) Chavarría, comentándome que el Inspector General Belisario Caballero, hijo caracino, estaba gestionando permisos para que los cadetes ancashinos entierren a sus muertos. Al día siguiente me otorgaron el ansiado permiso. No había forma de ingresar a la sierra ancashina por la rutas de Conococha ni de Punta Callán, menos con el "trencito chimbotano" hasta Huallanca (Hidroeléctrica del Cañón del Pato), las vías habían colapsado en varios tramos. Gracias a Dios abrieron dos puentes, uno marítimo hasta Chimbote y otro aéreo hasta el Callejón de Huaylas, opté por el segundo. En el aeropuerto fui atendido por el Comandante FAP Carlos Freyre Graziani, quien al verme desesperado por viajar ofreció ayudarme. "Sólo algo ligero como equipaje", me recomendó. Al día siguiente retorné de madrugada, no logré cupo hasta el mediodía. 20 horas después estaba sobrevolando en helicóptero suelo limeño y ancashino. Un tripulante "samaritano" me cedió su asiento junto a la ventana, por ratos la nave parecía suspendida en el éter, sobre todo cuando el traqueteo de las hélices se tornaban "pajita". Luego de unos días retorné a Lima. Lo primero que hice fue agradecer en persona al Comandante Freyre por su invalorable apoyo. Él escuchó con atención mis peripecias. Lo noté emocionado con la crónica de viaje. También lo visité dos años después por su ascenso a Coronel FAP, luego cuando egresó del Centro de Altos Estudios Militares (CAEM), en diciembre de 1975. La sorpresa llegó con pies alados: un caluroso día de febrero del 76 me llamó por teléfono, invitándome a prestar servicios en el Comité Nacional Defensa Civil, en aquel entonces con sede en el edificio del MININTER, el Coronel Freyre había sido designado por el gobierno como Secretario Ejecutivo del CNDC (SIDECI). Días después, oficio de incorporación en mano, me presenté a su despacho, y esa misma mañana me integré al Centro de Operaciones de Emergencia de Defensa Civil, a cargo de OA4R y coordinador con Radio Club Peruano, el Instituto Geofísico del Perú, las prefecturas departamentales, gobernaciones, etc. El Manual de Defensa Civil, elaborado durante la gestión del Coronel FAP Carlos Freyre Graziani, contiene las experiencias que dejó el terremoto y aluvión del domingo 31 de mayo de 1970. También en su gestión se adquirió el edificio que actualmente ocupa el máximo organismo del Sistema de Defensa Civil del Perú.
Los hombres también lloran...
Iba contemplando apocado el Mar de Grau, recordando en el helicóptero mi último viaje de Chiquián a Lima, a fines de marzo de 1970. La vía afirmada Incahuaganga/Paramonga, entre Vinuc y Trinchera, estaba bloqueada por derrumbes insalvables, el término de mi visita se acercaba inexorable y no podía arriesgarme a retornar fuera de la fecha establecida en la Papeleta de Vacaciones. Convencí a mi amigo Domingo "Keclin" Carbajal Malquí y partimos de madrugada de la Plaza Mayor de Chiquián con destino a Huallanca en su góndola azul, con escala en Conococha, Catac, Utcuyacu, Ticapampa, Recuay, Huaraz, Marcará, Carhuaz, Mancos, Ranrahirca, Yungay y Caraz, lugares paradisíacos que ambos conocíamos bien. Todos los pueblos del Callejón de Huaylas lucían hermosos, llenos de vida, insuflando mi alma de dicha plena en cada recodo con vista al imponente Huascarán, sólo los 35 túneles perforados a pulso en la pared vertical Oeste del Cañón del Pato, de una carretera muy ceñida, con abismos de vértigo hasta el atronador río Santa, hicieron que lleve el corazón, el alma y el timón en la mano, pues Domingo me cedió la "caña" en Caraz y se echó una siesta rutera en la última fila de asientos de la góndola cuadrada. Después de cuatro horas de estar aguardando en la estación de Huallanca, cientos de pasajeros partimos en tren rumbo a Chimbote, y de allí en bus hasta Lima.
De pronto apareció ante la vista de los ocupantes del helicóptero los pueblos del Norte Chico, visiblemente afectados; desde las costas de Pativilca se notaban las siluetas de Huarmey, Casma y Chimbote, mostrando muy poco los efectos del terremoto. Ya sobrevolando el altiplano ancashino se podía distinguir desde el aire: Tupucancha, Conococha, la Pampa de Lampas, Romatambo, Cátac y Ticapampa, desde este último lugar hasta lo que quedaba de Yungay, y sobre los terrenos colindantes con la provincia de Huaylas, una densa nube oscura a lo largo del Callejón de Huaylas impedía el aterrizaje de las naves en las zonas afectadas, complicando el rescate de los sobrevivientes; del cielo solamente bajaban paracaidistas, prendas de abrigo, víveres, medicinas y equipo médico, por lo que el piloto buscó un lugar adecuado y descendió. La caminata fue larga y extenuante hasta Huaraz. Desde una altura considerable, oteando lo poco que se veía del Huascarán, imploré a Jesús de Nazaret y lloré. Las operaciones de búsqueda y rescate se venían llevando a cabo con premura, sobre todo el recojo de cadáveres para darles cristiana sepultura, cuanto antes. En Huaraz perecieron más de diez mil personas. Como siempre, en cada acto el ancashino mostraba ese espíritu estoico que lo caracteriza frente a la adversidad, solidario, sereno, fraterno, respetuoso de las Leyes de la Naturaleza y de sus apus, trabajador infatigable, voluntarioso más que comedido por algún interés; claro, sentimental hasta el tuétano, no todo es perfecto en esta vida.
El Callejón de Huaylas es un valle estrecho y alargado de 174 kilómetros de longitud, que se inicia en la laguna de Conococha y termina en el Cañón del Pato, siguiendo el curso del río Santa que corre caudaloso de Sur a Norte, entre la Cordillera Negra al Oeste y la Cordillera Blanca al Este, esta última con varias cimas de granito superiores a los 6 mil metros de altitud, cubiertas de nieve y hielo macizo, entre las que destaca el bicéfalo Huascarán (Mataraju), con una elevación de 6768 m.s.n.m., siendo la montaña más alta del Perú, y según muchos entendidos, la segunda más alta del mundo, sólo superada por el volcán Chimborazo, si la medición se realiza desde el centro de la Tierra, sobrepasando en 1900 metros la altura al Everest, además de estar en una parte de la superficie terrestre con la menor fuerza de atracción gravitacional.
Del acogedor Huaraz que conocí de niño, y cuyas calles limpias anduve lo suficiente de adolescente, sólo estaba de pie el Jr. José Olaya y se improvisó un hospital de emergencia en el Hotel de Turistas; todo lo demás estaba en ruinas, como si los caballos de los Hunos comandados por el bárbaro Atila hubiesen arrasado todo a su paso asolador: caminos, puentes, carreteras, calles, escuelas, negocios, casas, etc. Recuerdo una bella casona donde me alojaba en el barrio de Belén, de ocho metros de alto hasta la cruz del tejado central, un patio hermoso lleno de flores multicolores con cientos de pajarillos canoros, el terremoto dejó sus paredes de cincuenta centímetros de alto en promedio, el enorme portón y las 12 puertas de caoba no estaban por ningún lado, seguramente ya eran ataúdes; allí, entre los escombros encontré mis tres primeros hallazgos: dos zapatos pequeños del pie izquierdo y lo poco que quedó de una muñeca de porcelana entre los adobes tirados en el piso, nunca ubiqué a sus dueños. Llegó la primera noche entre ayes y oraciones, Huaraz seguía temblando, yo también, nadie en su sano juicio podía conciliar el sueño sin frazada, con un cabito de vela en la mano a punto de derramar su última lágrima, menos todavía a la intemperie. Un ojo abierto y el otro cerrado, no quedaba otra forma de descansar un poco. No había qué comer ni agua potable para beber, menos una cama donde dormir. Tener un ripio en el bolsillo no garantizaba un pan con emoliente, no había dónde comprar, con el hedor a tánatos en los bellos nasales que el sentido del olfato no amortigua, porque el cerebro es quien manda. La mañana siguiente me topé en la Plaza Mayor con un trovador con fuerte vocación por el caliche y la filosofía popular, venía tarareando "canta y no llores". "Si buscas a alguien y no lo encuentras, es porque tenía orden de captura del cementerio", me dijo orondo. Y continuó hablando: "El mejor socio de la muerte es el terremoto que le provee de un montón de gente en el mundo entero. Nadie escapa a su destino, porque el destino como gemelo de la muerte a todos en algún momento nos alcanza; me salvé del aluvión del 41 y del terremoto del 31 de mayo último, se me va acortando la soga, de repente muero ahorcado como Judas", y se marchó tambaleante hacia el barrio de La Soledad. Mi papá también se salvó de morir en el aluvión del 13 de diciembre de 1941 que destruyó la tercera parte de la ciudad de Huaraz, sepultando a 1800 personas, dejando 400 heridos y 1500 familias sin techo. Del Palcaraju se desprendió un enorme bloque de hielo cayendo a la laguna Palcacocha desbordándola sin misericordia.
Según testigos presenciales, el terremoto del 31 de mayo de 1970 no causó grandes daños materiales en Yungay y Ranrahirca. En Yungay la mayoría de las casas señoriales y sus calles bien trazadas habían quedado a buen recaudo. Durante el terremoto el sol brillaba en un cielo azul intenso. La desgracia vino después de un breve lapso de silencio, se desprendió el pico norte del Huascarán provocando una ola gigantesca de hielo, agua, arenilla, pizarras, lodo, piedras de hasta 800 toneladas, arboles y todo lo que la avalancha encontró en su camino de destrucción y muerte, formando un kilométrico abanico aluvial con sonido ensordecedor, corriendo endemoniado a más de 350 km/h ladera abajo, sepultando a Yungay y Ranrahirca. Dicen, que la cresta de la tromba asesina superó los sesenta metros de altura, que por poco se lleva el cementerio. Prácticamente el aluvión se tragó dos pueblos hermanos en un par de minutos. No más de quinientas personas se salvaron de morir en Yungay, la mayoría niños que disfrutaban del circo Verolina en el estadio Fernández. Al escuchar gritos de socorro ¡aluvión! ¡aluvión! los pequeños salieron de la carpa de lona, unos corrieron hacia el cerro Atma y vivieron para contar al mundo el infierno que vieron con terror desde la cima convulsa, los que corrieron con dirección a sus casas murieron atrapados por el alud. El estadio fue arrasado. Personas que estaban visitando la tumba de sus muertos y los pobladores que lograron subir corriendo hasta el cementerio empinado también se salvaron. Además del Cristo Redentor y las tumbas que respetó el aluvión, quedaron visibles cuatro palmeras de las 36 que orlaban la Plaza Mayor de Yungay. Parte del campanario de la iglesia y la estructura de lo que fue un ómnibus de la empresa de transportes Áncash emergieron conforme se fue secando el lodo, junto a enormes moles de granito que rodaron en estampida desde la cordillera. Ese 31 de mayo de 1970 oscureció por primera vez a las cuatro de la tarde en Yungay, en Ranrahirca era la segunda vez en una década que anochecía temprano. Muchos niños yungainos huérfanos fueron adoptados por extranjeros caritativos. No hubo nada que reconstruir y todo el perímetro de lo que fue la ciudad más bella del Perú se convirtió en camposanto. 25 mil personas perecieron en Yungay y Ranrahirca, quizá menos o más, nadie sabe con exactitud. No es menos valioso recordar que ocho años antes, a las 6.5 de la tarde del 10 de enero de 1962 un aluvión afectó el área urbana del pueblo de Ranrahirca. Aquel día de enero también fueron borrados del mapa los pueblos de Shacsha, Huarascucho, Yanama Chico, Armapampa y Uchucoto. El desprendimiento de una cornisa de hielo del nevado Huascarán causó la desgracia, matando a 4 mil habitantes.
Durante un Curso de Promotores de Defensa Civil nos alcanzaron estas dos informaciones:
1. "En 1962, los científicos estadounidenses, David Bernays y Charles Sawyer, habían informado de la existencia de un enorme bloque vertical de roca, cuya base estaba siendo socavada por un glaciar, lo que podría causar que cayera, arrasando Yungay. Según Sawyer, cuando informaron de este hecho en el periódico Expreso (27 de septiembre de 1962), el gobierno peruano les ordenó que se retractaran, bajo amenaza de prisión; los científicos huyeron del país. A los ciudadanos se les prohibió hablar de la inminente catástrofe. Ocho años más tarde, la predicción se hizo realidad".
2. "El 6 de enero de 1730, un violento terremoto produjo alud desde el nevado Huandoy hacia una laguna glaciar, lo que produjo un aluvión que desapareció el pueblo de Áncash, localizado aguas arriba del río Áncash a 4 km al norte de la actual ciudad de Yungay. Aquel día la población festejaba la epifanía del Señor y el cumpleaños de su alcalde. Desaparecieron 1500 personas".
Por Decreto Ley No. 18360 del 10 de Junio de 1970, a diez días del desastre, se crea la Comisión de Reconstrucción y Rehabilitación de la Zona afectada por el Terremoto del 31 de 1970 (CRYRZA). Oportuna decisión.
El 18 de julio de 1970, un avión Antónov de la Unión Soviética que transportaba alimentos y medicamentos para los afectados por el terremoto del 31 de mayo desapareció con sus 16 tripulantes y seis médicos en el océano Atlántico, 47 minutos después de despegar de Keflavík (Islandia). Oremos por sus almas buenas.
Por Decreto Ley 19338 del 28 de marzo de 1972 fue creado el Sistema Nacional de Defensa Civil (SINADECI), como consecuencia del terremoto del 31 de mayo de 1970, bajo el lema "Más vale prevenir que lamentar".
Por Decreto Ley Nº 19967 del 27 de marzo de 1973 se crea el Organismo Regional para el Desarrollo de la Zona Afectada por el terremoto del 31 de mayo de 1970 (ORDEZA).
31 DE MAYO DE 1970
POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)
Huaraz - Foto 254278 - Perú Terremoto - 31 de mayo de 1970
31 DE MAYO DE 1970
"A la Memoria de mis amigos:
Bernardo Escobedo Luna y
Javier Barrenechea Ibarra"
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
En las primeras horas de la tarde del domingo 31 de mayo de 1970, se disputó el partido inaugural de la Copa Mundial FIFA MÉXICO 70, entre el país anfitrión y la URSS, culminando, como dicen los charros: "cero a cero, sin balas ni lágrimas". El partido, bajo fuerte sol, fue estimado por los expertos como tenso y de poco lucimiento ofensivo, el empate les venía de perilla a ambos equipos y optaron por mantenerlo así, hasta el pitazo final, ante 107 mil espectadores que colmaron el Estadio Azteca. MÉXICO 70 fue el primer mundial de la historia con tarjetas, cambios, balón blanco y negro y TV a color, toda una revolución futbolera en la tierra de Moctezuma Xocoyotzin.
El reloj de la sala marcaba las 3.22 p.m. en Lima, PERÚ. Mi papá Armando, mi hermano Felipe y yo veníamos comentando el buen juego defensivo de Evgeni Lovchev, jugador del Spartak de Moscú, también de la "palomita" rasante del mexicano Horacio López Salgado, neutralizada por Anzor Kavazashvil, portero de la URSS que dejó en la banca al legendario Lev Yashin; de pronto se escuchó ladridos en el vecindario. Mi mamá entró a la sala persignándose y murmurando "algo va a pasar", un minuto después empezó el terremoto que el mundo nunca olvidará. Tuvo como epicentro el Océano Pacífico, frente a las costas de Chimbote y Casma.
Fue terrible - Recuerdos
3.23 de la tarde, primero un rumor sordo seguido de un tosco remezón, como mazazo en el pulmón. Luego una sacudida violenta, feroz, atronadora, cuesta mantenerse en pie, la casa cruje y vibra interminable... La familia en pleno sale despavorida a la calle "en fila india", ídem los vecinos, uno sin zapatos ni medias, otro en paños menores, es la primera vez que veo sin maquillaje, peinado ni tacos a una dama de toalla al cinto, que alborota corazones de lunes a viernes en el paradero Augusto B. Leguía de la línea 23. En el centro de la calle de tierra está mi amigo Wagner Padilla Vásquez, implorando contrito al cielo, con Ray-Ban oscuro y todos los cabellos en su sitio, viste impecable terno dominguero y calzados de charol, apto para un lonche en el Crillón. Los jirones Aquia y Pacllón del barrio Zarumilla se colman de pavor, Padre Nuestros y lágrimas. El camión rojo de papá parece poseído, trepida sin cesar como zarandeado desde arriba por manos invisibles. Han pasado 45 segundos, pero parecen mil, el sorpresivo terremoto grado 7.9 hace que los segundos parezcan minutos en mi mente atormentada, sin saber que lejos de allí, en mi amado Áncash, se está produciendo una catástrofe de efectos siderales.
La noche del 31 de mayo de 1970, sin conocer la verdadera magnitud del desastre retorné a la EO CINPIP donde cursaba el Tercer Año, pues aquella noche los noticieros limeños no informaron acerca del cataclismo en la sierra ancashina, sólo referencias de lo ocurrido en los pueblos del litoral peruano. Perú jugaba el martes 2 de junio contra Bulgaria, habíamos eliminado del mundial al equipo argentino, no estaban las poderosas escuadras de Francia, España ni Portugal; teníamos los mejores jugadores del planeta, el triunfo estaba garantizado, y dormí tranquilo, soñando con la bicolor.
El 01 junio de 1970 pasé en la escuela sin contratiempos, pero al día siguiente recibí la visita de papá. Me dijo: "Tu abuelita Catita, los amigos, vecinos y familiares que viven en Chiquián están bien; sin embargo dicen que los pueblos del Callejón de Huaylas fueron demolidos el 31 de mayo, también mi Cajacay querido”. La revelación me dejó destrozado. En ese momento comprendí que el dicho popular "No tener noticia es buena noticia" no siempre se cumple con rigurosidad, tampoco el dicho "las malas noticias llegan volando y las buenas cojeando".
Horas más tarde, después de Un Minuto de Silencio por el Terremoto, se enfrentaron Perú y Bulgaria en el Estadio Nou Camp de la ciudad de León en el estado mexicano de Guanajuato. Perú jugó de rojo con un crespón negro en la manga izquierda como señal de luto. Tras ir perdiendo por 2 a 0, Perú remontó el marcador, venciendo 3 a 2 con goles de Alberto Gallardo, Héctor Chumpitaz y Teófilo Cubillas, logrando su primer triunfo en la historia de los mundiales. El jugador cañetano José Fernández Santini comentó así, el suceso que palió el duelo del pueblo peruano: "Fue durante el entretiempo, estábamos perdiendo ante Bulgaria. Ingresó emocionado al camarín don Javier Aramburú Menchaca que era dirigente, y mostrando el puño, nos dice: 'Muchachos, sé que ustedes están acongojados por el terremoto de hace dos días. Acaban de enviar este puñado de tierra desde Lima, es de los escombros, les pido que salgan a ganar, para que este triunfo se lo dediquemos a nuestra gente que sufre'. Todos nos abrazamos y prometimos ganar como sea y cumplimos, volteamos el partido guiados por "Didi". Después nos enteramos que la tierra había sido recogida por don Javier de un terral cercano al Estadio Azteca".
Al culminar MÉXICO 70, el peruano Teófilo Juan Cubillas Arizaga, fue distinguido por la FIFA como el mejor jugador joven del mundial, al compás de la canción Perú Campeón, y Brasil se consagró Tricampeón del Mundo, ganando en propiedad el Trofeo Jules Rimet (21 de junio de 1970).
El viaje
Después del partido Perú Bulgaria se me acercó en el Patio de Honor de la EO CINPIP el Oficial Segundo (Teniente) Chavarría, comentándome que el Inspector General Belisario Caballero, hijo caracino, estaba gestionando permisos para que los cadetes ancashinos entierren a sus muertos. Al día siguiente me otorgaron el ansiado permiso. No había forma de ingresar a la sierra ancashina por la rutas de Conococha ni de Punta Callán, menos con el "trencito chimbotano" hasta Huallanca (Hidroeléctrica del Cañón del Pato), las vías habían colapsado en varios tramos. Gracias a Dios abrieron dos puentes, uno marítimo hasta Chimbote y otro aéreo hasta el Callejón de Huaylas, opté por el segundo. En el aeropuerto fui atendido por el Comandante FAP Carlos Freyre Graziani, quien al verme desesperado por viajar ofreció ayudarme. "Sólo algo ligero como equipaje", me recomendó. Al día siguiente retorné de madrugada, no logré cupo hasta el mediodía. 20 horas después estaba sobrevolando en helicóptero suelo limeño y ancashino. Un tripulante "samaritano" me cedió su asiento junto a la ventana, por ratos la nave parecía suspendida en el éter, sobre todo cuando el traqueteo de las hélices se tornaban "pajita". Luego de unos días retorné a Lima. Lo primero que hice fue agradecer en persona al Comandante Freyre por su invalorable apoyo. Él escuchó con atención mis peripecias. Lo noté emocionado con la crónica de viaje. También lo visité dos años después por su ascenso a Coronel FAP, luego cuando egresó del Centro de Altos Estudios Militares (CAEM), en diciembre de 1975. La sorpresa llegó con pies alados: un caluroso día de febrero del 76 me llamó por teléfono, invitándome a prestar servicios en el Comité Nacional Defensa Civil, en aquel entonces con sede en el edificio del MININTER, el Coronel Freyre había sido designado por el gobierno como Secretario Ejecutivo del CNDC (SIDECI). Días después, oficio de incorporación en mano, me presenté a su despacho, y esa misma mañana me integré al Centro de Operaciones de Emergencia de Defensa Civil, a cargo de OA4R y coordinador con Radio Club Peruano, el Instituto Geofísico del Perú, las prefecturas departamentales, gobernaciones, etc. El Manual de Defensa Civil, elaborado durante la gestión del Coronel FAP Carlos Freyre Graziani, contiene las experiencias que dejó el terremoto y aluvión del domingo 31 de mayo de 1970. También en su gestión se adquirió el edificio que actualmente ocupa el máximo organismo del Sistema de Defensa Civil del Perú.
Los hombres también lloran...
Iba contemplando apocado el Mar de Grau, recordando en el helicóptero mi último viaje de Chiquián a Lima, a fines de marzo de 1970. La vía afirmada Incahuaganga/Paramonga, entre Vinuc y Trinchera, estaba bloqueada por derrumbes insalvables, el término de mi visita se acercaba inexorable y no podía arriesgarme a retornar fuera de la fecha establecida en la Papeleta de Vacaciones. Convencí a mi amigo Domingo "Keclin" Carbajal Malquí y partimos de madrugada de la Plaza Mayor de Chiquián con destino a Huallanca en su góndola azul, con escala en Conococha, Catac, Utcuyacu, Ticapampa, Recuay, Huaraz, Marcará, Carhuaz, Mancos, Ranrahirca, Yungay y Caraz, lugares paradisíacos que ambos conocíamos bien. Todos los pueblos del Callejón de Huaylas lucían hermosos, llenos de vida, insuflando mi alma de dicha plena en cada recodo con vista al imponente Huascarán, sólo los 35 túneles perforados a pulso en la pared vertical Oeste del Cañón del Pato, de una carretera muy ceñida, con abismos de vértigo hasta el atronador río Santa, hicieron que lleve el corazón, el alma y el timón en la mano, pues Domingo me cedió la "caña" en Caraz y se echó una siesta rutera en la última fila de asientos de la góndola cuadrada. Después de cuatro horas de estar aguardando en la estación de Huallanca, cientos de pasajeros partimos en tren rumbo a Chimbote, y de allí en bus hasta Lima.
* * *
De pronto apareció ante la vista de los ocupantes del helicóptero los pueblos del Norte Chico, visiblemente afectados; desde las costas de Pativilca se notaban las siluetas de Huarmey, Casma y Chimbote, mostrando muy poco los efectos del terremoto. Ya sobrevolando el altiplano ancashino se podía distinguir desde el aire: Tupucancha, Conococha, la Pampa de Lampas, Romatambo, Cátac y Ticapampa, desde este último lugar hasta lo que quedaba de Yungay, y sobre los terrenos colindantes con la provincia de Huaylas, una densa nube oscura a lo largo del Callejón de Huaylas impedía el aterrizaje de las naves en las zonas afectadas, complicando el rescate de los sobrevivientes; del cielo solamente bajaban paracaidistas, prendas de abrigo, víveres, medicinas y equipo médico, por lo que el piloto buscó un lugar adecuado y descendió. La caminata fue larga y extenuante hasta Huaraz. Desde una altura considerable, oteando lo poco que se veía del Huascarán, imploré a Jesús de Nazaret y lloré. Las operaciones de búsqueda y rescate se venían llevando a cabo con premura, sobre todo el recojo de cadáveres para darles cristiana sepultura, cuanto antes. En Huaraz perecieron más de diez mil personas. Como siempre, en cada acto el ancashino mostraba ese espíritu estoico que lo caracteriza frente a la adversidad, solidario, sereno, fraterno, respetuoso de las Leyes de la Naturaleza y de sus apus, trabajador infatigable, voluntarioso más que comedido por algún interés; claro, sentimental hasta el tuétano, no todo es perfecto en esta vida.
El Callejón de Huaylas es un valle estrecho y alargado de 174 kilómetros de longitud, que se inicia en la laguna de Conococha y termina en el Cañón del Pato, siguiendo el curso del río Santa que corre caudaloso de Sur a Norte, entre la Cordillera Negra al Oeste y la Cordillera Blanca al Este, esta última con varias cimas de granito superiores a los 6 mil metros de altitud, cubiertas de nieve y hielo macizo, entre las que destaca el bicéfalo Huascarán (Mataraju), con una elevación de 6768 m.s.n.m., siendo la montaña más alta del Perú, y según muchos entendidos, la segunda más alta del mundo, sólo superada por el volcán Chimborazo, si la medición se realiza desde el centro de la Tierra, sobrepasando en 1900 metros la altura al Everest, además de estar en una parte de la superficie terrestre con la menor fuerza de atracción gravitacional.
Del acogedor Huaraz que conocí de niño, y cuyas calles limpias anduve lo suficiente de adolescente, sólo estaba de pie el Jr. José Olaya y se improvisó un hospital de emergencia en el Hotel de Turistas; todo lo demás estaba en ruinas, como si los caballos de los Hunos comandados por el bárbaro Atila hubiesen arrasado todo a su paso asolador: caminos, puentes, carreteras, calles, escuelas, negocios, casas, etc. Recuerdo una bella casona donde me alojaba en el barrio de Belén, de ocho metros de alto hasta la cruz del tejado central, un patio hermoso lleno de flores multicolores con cientos de pajarillos canoros, el terremoto dejó sus paredes de cincuenta centímetros de alto en promedio, el enorme portón y las 12 puertas de caoba no estaban por ningún lado, seguramente ya eran ataúdes; allí, entre los escombros encontré mis tres primeros hallazgos: dos zapatos pequeños del pie izquierdo y lo poco que quedó de una muñeca de porcelana entre los adobes tirados en el piso, nunca ubiqué a sus dueños. Llegó la primera noche entre ayes y oraciones, Huaraz seguía temblando, yo también, nadie en su sano juicio podía conciliar el sueño sin frazada, con un cabito de vela en la mano a punto de derramar su última lágrima, menos todavía a la intemperie. Un ojo abierto y el otro cerrado, no quedaba otra forma de descansar un poco. No había qué comer ni agua potable para beber, menos una cama donde dormir. Tener un ripio en el bolsillo no garantizaba un pan con emoliente, no había dónde comprar, con el hedor a tánatos en los bellos nasales que el sentido del olfato no amortigua, porque el cerebro es quien manda. La mañana siguiente me topé en la Plaza Mayor con un trovador con fuerte vocación por el caliche y la filosofía popular, venía tarareando "canta y no llores". "Si buscas a alguien y no lo encuentras, es porque tenía orden de captura del cementerio", me dijo orondo. Y continuó hablando: "El mejor socio de la muerte es el terremoto que le provee de un montón de gente en el mundo entero. Nadie escapa a su destino, porque el destino como gemelo de la muerte a todos en algún momento nos alcanza; me salvé del aluvión del 41 y del terremoto del 31 de mayo último, se me va acortando la soga, de repente muero ahorcado como Judas", y se marchó tambaleante hacia el barrio de La Soledad. Mi papá también se salvó de morir en el aluvión del 13 de diciembre de 1941 que destruyó la tercera parte de la ciudad de Huaraz, sepultando a 1800 personas, dejando 400 heridos y 1500 familias sin techo. Del Palcaraju se desprendió un enorme bloque de hielo cayendo a la laguna Palcacocha desbordándola sin misericordia.
Según testigos presenciales, el terremoto del 31 de mayo de 1970 no causó grandes daños materiales en Yungay y Ranrahirca. En Yungay la mayoría de las casas señoriales y sus calles bien trazadas habían quedado a buen recaudo. Durante el terremoto el sol brillaba en un cielo azul intenso. La desgracia vino después de un breve lapso de silencio, se desprendió el pico norte del Huascarán provocando una ola gigantesca de hielo, agua, arenilla, pizarras, lodo, piedras de hasta 800 toneladas, arboles y todo lo que la avalancha encontró en su camino de destrucción y muerte, formando un kilométrico abanico aluvial con sonido ensordecedor, corriendo endemoniado a más de 350 km/h ladera abajo, sepultando a Yungay y Ranrahirca. Dicen, que la cresta de la tromba asesina superó los sesenta metros de altura, que por poco se lleva el cementerio. Prácticamente el aluvión se tragó dos pueblos hermanos en un par de minutos. No más de quinientas personas se salvaron de morir en Yungay, la mayoría niños que disfrutaban del circo Verolina en el estadio Fernández. Al escuchar gritos de socorro ¡aluvión! ¡aluvión! los pequeños salieron de la carpa de lona, unos corrieron hacia el cerro Atma y vivieron para contar al mundo el infierno que vieron con terror desde la cima convulsa, los que corrieron con dirección a sus casas murieron atrapados por el alud. El estadio fue arrasado. Personas que estaban visitando la tumba de sus muertos y los pobladores que lograron subir corriendo hasta el cementerio empinado también se salvaron. Además del Cristo Redentor y las tumbas que respetó el aluvión, quedaron visibles cuatro palmeras de las 36 que orlaban la Plaza Mayor de Yungay. Parte del campanario de la iglesia y la estructura de lo que fue un ómnibus de la empresa de transportes Áncash emergieron conforme se fue secando el lodo, junto a enormes moles de granito que rodaron en estampida desde la cordillera. Ese 31 de mayo de 1970 oscureció por primera vez a las cuatro de la tarde en Yungay, en Ranrahirca era la segunda vez en una década que anochecía temprano. Muchos niños yungainos huérfanos fueron adoptados por extranjeros caritativos. No hubo nada que reconstruir y todo el perímetro de lo que fue la ciudad más bella del Perú se convirtió en camposanto. 25 mil personas perecieron en Yungay y Ranrahirca, quizá menos o más, nadie sabe con exactitud. No es menos valioso recordar que ocho años antes, a las 6.5 de la tarde del 10 de enero de 1962 un aluvión afectó el área urbana del pueblo de Ranrahirca. Aquel día de enero también fueron borrados del mapa los pueblos de Shacsha, Huarascucho, Yanama Chico, Armapampa y Uchucoto. El desprendimiento de una cornisa de hielo del nevado Huascarán causó la desgracia, matando a 4 mil habitantes.
Durante un Curso de Promotores de Defensa Civil nos alcanzaron estas dos informaciones:
1. "En 1962, los científicos estadounidenses, David Bernays y Charles Sawyer, habían informado de la existencia de un enorme bloque vertical de roca, cuya base estaba siendo socavada por un glaciar, lo que podría causar que cayera, arrasando Yungay. Según Sawyer, cuando informaron de este hecho en el periódico Expreso (27 de septiembre de 1962), el gobierno peruano les ordenó que se retractaran, bajo amenaza de prisión; los científicos huyeron del país. A los ciudadanos se les prohibió hablar de la inminente catástrofe. Ocho años más tarde, la predicción se hizo realidad".
2. "El 6 de enero de 1730, un violento terremoto produjo alud desde el nevado Huandoy hacia una laguna glaciar, lo que produjo un aluvión que desapareció el pueblo de Áncash, localizado aguas arriba del río Áncash a 4 km al norte de la actual ciudad de Yungay. Aquel día la población festejaba la epifanía del Señor y el cumpleaños de su alcalde. Desaparecieron 1500 personas".
Varios
pueblos de la costa y la sierra ancashina sufrieron los estragos de la
hecatombe, ídem Lima Metropolitana, el Callao y los pueblos de Lima
provinciana, La Libertad, Lambayeque, Piura, Tumbes, Cajamarca, Iquitos,
Moyobamba, Pasco y Huánuco, inclusive algunas zonas de Ecuador y
Brasil, pero ninguno de ellos en extrema crueldad como Yungay,
Ranrahirca y Huaraz. Por cosas del destino, en el Jr. Áncash del Cercado
de Lima, el 31 de mayo de 1970 se desplomaron muchas casonas antiguas
de adobe y quincha. Miles de fotos en diarios y revistas nacionales e
internacionales ponen de manifiesto la dimensión de la tragedia
ancashina. Ese día también colapsó el ferrocarril Chimbote/Huallanca. No
volvió a funcionar más. Cabe recordar, que por Ley del 8 de noviembre
de 1864, se autorizó los estudios para la construcción del ferrocarril
Chimbote/Huaraz, proyecto que con el tiempo se ampliaría hasta Recuay,
para garantizar el traslado de mineral hasta Chimbote. Pasaron decenas
de años y el ferrocarril sólo llegó hasta Huallanca, quizá los
durmientes y rieles treparon por algunos túneles de la pared Este del
Cañón del Pato (de Norte a Sur), no me consta, pero según fuentes
diversas, el tren no pasó de Huallanca, como sí pasaron las voladas
modelo "pastor mentiroso": ¡ya llega la locomotora a Caraz! ¡Ya se
acerca a Yungay! ¡está por llegar a Carhuaz! ¡Faltan pocos metros para
Huaraz! ¡ya está en Recuay", lo cierto es que primero llegaron "los
goles de Cubillas".
Según
información disponible, la catástrofe del 31 de mayo de 1970 cobró la
vida de más de 75 mil personas, 150 mil heridos, 25 mil desaparecidos y
un millón de damnificados a nivel nacional, marcando un duelo sin
precedentes.
Han pasado diez años de lo que vi, oí y sentí en el Callejón de Huaylas, y todo está en mi mente como si fuera hoy, nada he podido borrar, como está metida en mi corazón la imagen sagrada del colegio Santa Inés de Yungay, donde me alojaron con cariño durante un viaje de excursión escolar. Gracias Dr. Francisco Fernández Ortiz, director del colegio Santa Inés de Yungay en aquella excursión memorable, otrora uno de los mejores directores del Colegio Coronel Bolognesi de Chiquián donde estudié.
Perú y el mundo se ponen de pie
La ayuda humanitaria no tardó en llegar del mundo entero: médicos, enfermeras, estudios de impacto, donaciones, acciones de asistencia y rescate, socorristas civiles y uniformados, y voluntarios por doquier llegaron de todas partes del Perú y del planeta, convirtiendo a Yungay en "La Capital de la Solidaridad Internacional". ASER con su Comité Nacional de Emergencia, la Cruz Roja Peruana y la Junta de Asistencia Nacional (JAN), cargaron sus pilas sin demora para no apagarse en el primer intento. El apoyo siguió llegando en la Segunda Fase, la Comisión de Reconstrucción y Rehabilitación hizo su parte.
Han pasado diez años de lo que vi, oí y sentí en el Callejón de Huaylas, y todo está en mi mente como si fuera hoy, nada he podido borrar, como está metida en mi corazón la imagen sagrada del colegio Santa Inés de Yungay, donde me alojaron con cariño durante un viaje de excursión escolar. Gracias Dr. Francisco Fernández Ortiz, director del colegio Santa Inés de Yungay en aquella excursión memorable, otrora uno de los mejores directores del Colegio Coronel Bolognesi de Chiquián donde estudié.
Perú y el mundo se ponen de pie
La ayuda humanitaria no tardó en llegar del mundo entero: médicos, enfermeras, estudios de impacto, donaciones, acciones de asistencia y rescate, socorristas civiles y uniformados, y voluntarios por doquier llegaron de todas partes del Perú y del planeta, convirtiendo a Yungay en "La Capital de la Solidaridad Internacional". ASER con su Comité Nacional de Emergencia, la Cruz Roja Peruana y la Junta de Asistencia Nacional (JAN), cargaron sus pilas sin demora para no apagarse en el primer intento. El apoyo siguió llegando en la Segunda Fase, la Comisión de Reconstrucción y Rehabilitación hizo su parte.
Por Decreto Ley No. 18360 del 10 de Junio de 1970, a diez días del desastre, se crea la Comisión de Reconstrucción y Rehabilitación de la Zona afectada por el Terremoto del 31 de 1970 (CRYRZA). Oportuna decisión.
El 18 de julio de 1970, un avión Antónov de la Unión Soviética que transportaba alimentos y medicamentos para los afectados por el terremoto del 31 de mayo desapareció con sus 16 tripulantes y seis médicos en el océano Atlántico, 47 minutos después de despegar de Keflavík (Islandia). Oremos por sus almas buenas.
Por Decreto Ley 19338 del 28 de marzo de 1972 fue creado el Sistema Nacional de Defensa Civil (SINADECI), como consecuencia del terremoto del 31 de mayo de 1970, bajo el lema "Más vale prevenir que lamentar".
Por Decreto Ley Nº 19967 del 27 de marzo de 1973 se crea el Organismo Regional para el Desarrollo de la Zona Afectada por el terremoto del 31 de mayo de 1970 (ORDEZA).
sábado, 30 de mayo de 2020
TRADICION Y MODERNIDAD EN LA POESIA DE CARLOS GERMAN BELLI. Por MARCO MARTOS.
Carlos Germán Belli.
TRADICIÓN Y MODERNIDAD EN LA POESÍA DE
CARLOS GERMÁN BELLI *
Marco Martos Carrera
Academia Peruana de la Lengua
Resumen:
El texto hace una reflexión general sobre la poesía de Carlos Germán Belli y se detiene en los primeros años de su trabajo poético, aquellos que van desde 1958 hasta 1969. Se señala que es en esa época que se define las grandes líneas de la poesía belliana que atienden tanto a la tradición como a la innovación. A renglón seguido las cuartillas exploran algunos de los temas que Belli ha desarrollado posteriormente como el interés por el deporte, en particular el fútbol, y el vínculo amoroso entre el hombre y la mujer.
Primera cala
Carlos Germán Belli (1927) es el poeta más traducido y celebrado de las promociones peruanas que se han dado en llamar 45-50. Su producción se vincula en sus comienzos tanto con la tradición que inaugura Rubén Darío en América como con la revuelta que propició el surrealismo. Esa última actitud, practicada con rigor, lo llevó de la escritura automática al humor negro y de allí al punto extremo del sonido gutural que entraña la posibilidad real de la demolición de la palabra. Esta evolución se da en el lapso aproximado de diez años, puesto que la primera colección de Poemas es de 1958 puede considerarse culminada en el momento de la edición uruguaya de El pie sobre el cuello, 1967. Posteriormente, Belli, que no los había abandonado nunca, vuelve a un refocilamiento en los clásicos, se interna en la patria del idioma buscando la sabiduría que dan los siglos de tradición literaria y el impulso necesario para salir otra vez hacia la tierra de nadie, es decir la consecución de un estilo personal incanjeable.
Lo admirable en la obra de Belli es que, con elementos diferentes a los de cualquier otro poeta hispanoamericano contemporáneo, con un léxico y en especial con una adjetivación que parecen a primera vista pobres, pero con un conocimiento verdaderamente excepcional de la tradición, interioriza su voz en los meandros mismos del idioma. Su poesía parecería muy antigua, vetusta incluso, si no fuera también tan extraña. Y no es solamente una cuestión que atañe al léxico, aunque lo involucra. Si su originalidad reposase solamente en una cuestión de léxico, la poesía de Belli tendría muchos discípulos siguiendo la fórmula tantas veces explicada por la crítica, esa mezcla de arcaísmos y neologismos en versos preferentemente endecasílabos o heptasílabos. La confusión de muchos estudiosos con Belli tiene que ver verdaderamente con este asunto de fondo: este léxico y esta sintaxis, verdaderamente nunca vistos, tienen reminiscencias de los clásicos invocados, Góngora, Medrano, Herrera, Carrillo y Sotomayor, pero recuerdan también al lenguaje familiar y al habla de la calle, aunque sin reproducir ninguna habla en particular, casi podría decirse que ni siquiera la del propio poeta. Como en pocas escrituras de poetas hispanoamericanos, en Belli hay una persona poética que habla muy diferente de la persona que escribe, aunque, sin duda, en el centro del estro del poeta hay un altar, a semejanza del ara de los antiguos romanos, donde se rinde homenaje a los manes, lares y penates de la genealogía familiar, y los propios miembros de su tribu actual, la esposa, las hijas, los hermanos, en especial Alfonso, aherrojado al sufrimiento. Y así llegamos a comprobar que hay un aire de familia, difícil de precisar para mentes distraídas, entre Carlos Germán Belli y su compañero generacional, diverso de tantas maneras, Jorge Eduardo Eielson, que también rinde culto a su propia atmósfera familiar y que tiene también una marca escritural cuyos más remotos referentes son griegos y latinos: limpidez en el lenguaje, actitud lírica, inclusive en los textos de predominio narrativo, como ocurre en algunos pasajes de Homero y en la mayor parte de la poesía de Virgilio, y en la prosa de Plinio y de Cicerón, tanto la escrita para su divulgación como en sus cartas privadas, verdadero ejemplo de amor por suyos.
Este es el contraste que provoca la chispa poética en muchos textos bellianos, la emoción que sacude al lector: forma tomada de los clásicos (endecasílabo, heptasílabo, recursos métricos tradicionales) y un personaje literario verdaderamente desesperado capaz de saltar toda norma. Con esta señal, con esta cábala podemos avanzar en la comprensión de una porción interesante de poesía belliana. La otra parcela de la poesía de Belli, que ha ido ganando un espacio en el total de su producción de estos últimos años, es una poesía reconciliada con la vida y en búsqueda permanente de la trascendencia metafísica.
Segunda cala
Sabido es que los escritores en general y los poetas en particular suelen definir en los primeros años de su actividad literaria las líneas matrices de la totalidad de su estro. Belli no es la excepción, antes por el contrario, es una figura paradigmática de cómo la esencia de su escritura puede hallarse en sus primeros libros que son Poemas (1958), Dentro y fuera (1960), Oh hada cibernética (1962), El pie sobre el cuello (1964), Por el monte abajo (1966), y El libro de los nones (1969). Algunos de los poemas emblemáticos de Belli, aquellos que por repetirse una y otra vez en las más variadas antologías, son los más conocidos en el ámbito de la poesía escrita en español, pertenecen a esta etapa. Belli en esos primeros libros escribe ya una poesía que hemos llamado diacrónica es decir que recurre a todas las palabras castellanas posibles, las que están en uso y aquellas que han periclitado en la marea de los años; no vacila tampoco en usar formas no consagradas por el diccionario, pero utilizadas por el común de los peruanos en su comunicación diaria. De modo paradigmático esta mezcla de lenguajes en la retorta de su estro produce el poema Amanuense:
Ya descuajaringándome, ya hipando,
hasta las cachas de cansado ya,
inmensos bofes todo el día alzando
de acá para acullá de bofes voy,
fuera cien mil palmos con mi lengua,
cayéndome a pedazos tal mis padres,
aunque en verdad yo por mi seso raso,
y por lonjas y levas y mandones,
que a la zaga me van dejando estable
ya a más hasta el gollete no poder,
al pie de mis hijuelas avergonzado,
cual un pobre amanuense del Perú.
Este texto pertenece al libro El pie sobre el cuello de 1964. En aquella ocasión la crítica de modo explícito reconoció la calidad de Belli, pero llamó la atención sobre el aparente callejón sin salida de la escritura del poeta. “Belli, más pavor, más asfixia” escribió José Miguel Oviedo, en una frase que nuestra memoria ha conservado todos estos años y que cabe relacionar con otra frase escrita por Mario Vargas Llosa en 1986: “Nadie ha sabido encarnar con más estrafalaria originalidad que Carlos Germán Belli el destino del poeta en este momento sombrío en que parece llegar para la poesía la hora de la catacumba. Pero, si es capaz de discutir en sus estertores, semejante canto del cisne, pese a los innumerables síntomas, acaso ella no sea mortal.”(1)
En aquellos años sesenta del pasado siglo Belli parecía ir a contracorriente de la esperanza revolucionaria que emergía de los poemas de Romualdo o de Heraud. El tiempo ha probado la fineza de su mirada, no para hacer una poesía de las convicciones revolucionarias de los desheredados, sino para expresar la condición del hombre que sufre arrojado entre las cosas. El pavor y la asfixia de los que hablaba José Miguel Oviedo, no es el pavor y la asfixia de un individuo, sin el de todo un pueblo. Belli no cae seducido por el lenguaje familiar, no usa la lengua de todos los días, sino que consigue un efecto de distanciamiento, como hubiera querido Brecht, justamente mezclando un lenguaje arcaico con uno tan contemporáneo que no se encuentra todavía en los diccionarios. Estamos, por supuesto, lejos de compartir las aseveraciones sombrías que sostiene Mario Vargas Llosa sobre el porvenir de la poesía, quien por ser un depurado cultivador de la novela, y estar por lo tanto muy atento a lo sucede en el mundo de las grandes editoriales, no está tan familiarizado con la difusión persistente de la poesía en una cadena interminable, ahora revitalizada gracias a la red de internet y a la oralidad que está en su raíz y que no ha perdido desde los tiempos míticos de Homero.
Probablemente la afirmación de Oviedo se vincula con algo sentido por los lectores tempranos de Belli que pensábamos que su poesía estaba en riesgo permanente del silencio pues después de lo que decía, parecía que no tenía mucho que agregar en el futuro. Había mucho error en esa apreciación. En la biografía temprana de Belli figuran sus padres que eran farmacéuticos. El poeta ha recordado que nació en los altos de una botica y que cree entroncarse con los alquimistas medievales (2). Otro poeta célebre, León Felipe, fue también químico farmacéutico. Si recordamos estos hechos es para vincular de dos maneras diferentes el mundo de pesas y medidas propios de las farmacias con la poesía. Belli sabía ligar desde el comienzo de su trabajo literario la tradición con la innovación. En el poema Amanuense que hemos copiado, el embrujo, la sensación de extrañeza que produce el léxico del poema y lo terrible que va diciendo, esconden algo primordial: el poema parece de verso libre, pero está medido de la forma más rigurosa, se trata del endecasílabo nacido italiano y bautizado español. Mundo de pesas y medidas, pues, en primer lugar. Pero además, el mundo de las farmacias y el mundo del hogar paterno son espacios cerrados y relievarlos a finales de los años cincuenta y durante los años sesenta del pasado siglo, si bien de un lado era ir a contracorriente de la poesía más difundida en hispanoamérica, son los años de triunfo para Neruda, pero también de las apariciones de poetas como Ernesto Cardenal, José Coronel Urtecho, Roberto Fernández Retamar, y en el Perú, años de éxito para Alejandro Romualdo Valle. La poesía de aquellos vates es la que los nicaragüenses han llamado exteriorista. Pero Belli no es un poeta interiorista como contraste. Es un poeta de recogidos espacios que responde a una tendencia mundial a través de los siglos. Los grandes poetas de la antigüedad, había ligado su canto al porvenir de sus comunidades, como Homero, como Virgilio: otros como Dante había querido hacer el canto de la humanidad, penetrando en todos los espacios susceptibles de ser cantados, el Paraíso, el Edén, la Tierra y las Cavernas, pero con el paso del tiempo, el mundo de las epopeyas que llega hasta el siglo XVI, y se prolonga en poemas discursivos que exaltan a la razón y a la justicia en el siglo XVIII, cuyo último representante es en el siglo XIX, Víctor Hugo, cede ante la poesía de espacios más pequeños que es la Baudelaire, el padre de la modernidad. Belli pertenece a esta raza de poetas, la que nace de Baudelaire y mira los pequeños espacios y no los grandes horizontes. ¿Y qué hay en el pequeño espacio de la poesía belliana? Hay mucho, el universo entero a través de las pequeñas formas: la farmacia es un símbolo del mundo de los afectos, del mundo de la exactitud, del mundo de lo mensurable. La farmacia es, además, símbolo de la ciencia y un vínculo con el mundo medieval amante de la ciencia y de la alquimia que simboliza a su vez la búsqueda incesante de aquello que juzgamos más valioso. En ese mundo de los pequeños espacios Belli hace algo que no ha hecho ningún otro poeta peruano en los últimos siglos: vincular de modo explícito la poesía con la ciencia a través de su elogio persistente a la cibernética. Hacía muchos siglos que ciencia y poesía estaban separadas. Verdad que Belli no usa, como utilizó Virgilio, la poesía para difundir conceptos científicos. Su poesía es la admiración del usuario a la cibernética, pero además, reabre la posibilidad, que no tiene por qué estar cerrada para siempre, de difusión de conocimientos científicos a través del verso. A algunos les puede parecer extraña esa posibilidad, pero está ahí, intacta, para los poetas del futuro.
En el libro El pie sobre el cuello, figura otro texto que deseamos comentar brevemente. Se trata de Poema:
Frunce el feto su frente
y sus cejas enarca cuando pasa
del luminoso vientre
al albergue terreno,
do se truecan sin tasa
la luz en niebla, la cisterna en cieno;
y abandonar le duele al fin el claustro,
en que no rugen ni cierzo ni austro,
y verse aun despeñado
desde el más alto risco,
cual un feto no amado,
por tartamudo o cojo, o manco o bizco.
El poema empieza con una aliteración que ha ganado justa fama en la lengua española, comparable a la célebre de Garcilaso en la Égloga III, solo que el verso del poeta español sostiene un clima de tranquilidad bética: “en el silencio solo se escuchaba / un susurro de abejas que sonaba” en Belli, a través de los fonemas fricativos sibilantes “f”, r” y “s”, consigue un clima de tensión, aquel del nacimiento. Ese feto que levanta sus cejas cuando nace y que le duele salir del claustro materno, expresa, una vez más la capacidad de síntesis de la poesía, la posibilidad que tiene de, en pocas palabras, sintetizar, condensar, una de las preocupaciones más grandes del género humano: el nacimiento, el trauma del nacimiento para usar un concepto que debemos a Theodor Reik, uno de los discípulos de primera hora de Sigmund Freud. El nacimiento es, para los antropólogos, uno de los ritos de pasaje del género humano, y los otros ritos generales son la pubertad, el matrimonio y la muerte. Lo que tienen en común estos actos simbólicos para todos los hombres es la mezcla en proporciones variadas de sufrimiento y goce. Por supuesto que un niño nace generalmente en medio de grandes expectativas de padres y familiares. Pero nace en medio del sufrimiento físico de la madre y del temor de que cualquier dificultad o enfermedad puedan presentarse. Pocas veces nos ponemos a pensar en lo que piensa o siente ese feto que nace. En principio, dentro del claustro materno estaba mejor, de eso no cabe la menor duda. El niño viene al mundo con un grito o, como en el poema de Belli, enarcando, levantando las cejas en un movimiento de preocupación pues ingresa a lo desconocido, a lo potencialmente nefasto. Y en esto Belli se emparenta con el pensamiento de Shopenahuer, y con las poéticas de Calderón y de Vallejo. El peor delito del hombre es haber nacido, sostenía Calderón, y Vallejo creía en Los heraldos negros que había nacido un día que Dios había estado enfermo, grave. En las cortas líneas que tiene el poema de Belli se pone atención a la posibilidad del ser que nace de tener diferentes defectos físicos que enumera con cuidado: tartamudo, cojo, manco, bizco. Se trata del mundo marginal de los seres humanos que ahora llamamos especiales. Ese despeñar que sufren los niños por sus defectos, nos lleva en primera instancia al mundo de la antigua Esparta donde efectivamente ocurría en una actividad aprobada por la ciudad estado. Pero tampoco es algo superado por las civilizaciones posteriores. Ahora mismo en nuestras urbes contemporáneas, en las megápolis del primer mundo, pero también en las grandes aglomeraciones de viviendas en los países en vías de desarrollo, cada día miles de niños son abandonados por sus defectos físicos. Es un riesgo enorme nacer, nos dice Belli, es un trauma, en palabras de Reik. Esta temática persiste en la obra belliana, a pesar del hálito metafísico de cierta esperanza de sus últimos libros. Trascribimos ahora pasajes del poema Balada del Dios Hefesto el cojo de su libro En las hospitalarias estrofas:
Como me desprecian por ser un cojuelo
que en la superficie más lisa del mundo
anda a trompicones como un viejo abuelo,
y en la vergüenza desalado me hundo,
pues soy un pelele que a otro hace jocundo
al verme sumido en torpes andas,
que por tal motivo solo pesar cundo,
y los dioses andan siempre en dos zancadas.
Hefesto, el cojo, simboliza a aquel que sufre, que está lleno de defectos que le hacen la existencia compleja, dura, pero que tiene su yunque fecundo, como el poeta tiene hospitalarias estrofas, donde reina y organiza un mundo independiente de todo sufrimiento, independiente también de la diatriba y hasta del elogio.
Tercera cala
Como ha señalado la crítica especializada, existen en la poesía de Carlos Germán Belli, distintas líneas temáticas que coexisten, con predominio de una de ellas. El personaje que escribe los poemas iniciales es un individuo desencantado de su sociedad que encuentra en su escritura secreta y marginal y diferente, en el sentido de poco aceptada, un pequeño oasis que hace soportable la vida. Es una expresión literaria que el sistema apenas tiene en cuenta y que fácilmente soslaya. El escritor ha tomado todas las opciones equivocadas: escribe poesía y dentro de la lírica opta por caminos inhollados que no son aquellos sancionados por el canon literario, sino los que van saliendo de su propio magín virtuoso. Pero este estro peculiar y único en la poesía hispanoamericana como bien se sabe ahora, no toca únicamente la tecla del sufrimiento, sino que encuentra inéditos caminos de acercamiento a tipos diversos de lectores. Y lo hace de manera insólita, por ejemplo, recurriendo a las bodas literarias entre la pluma y el deporte.
Sabida es la importancia que tiene en el mundo contemporáneo la práctica de los deportes, y la observación de los deportes, mucho más popular que el mismo ejercicio. Nadie puede dudar de la seriedad con la que el pueblo toma en nuestros países hispanoamericanos al fútbol, deporte que nos llegó desde Inglaterra y que se ha afincado tanto en nuestros países que es difícil ignorarlo, aunque fuere para denostarlo, como lo hacen algunos científicos, humanistas y hasta algunos poetas. Pero existe otra tradición, de aplauso y celebración de esa actividad, en la que se inscribe Carlos Germán Belli que sale de su torre de marfil real o inventada para afincarse en los estadios para ser uno de los entusiastas que corea las hazañas deportivas de los jugadores y que las vuelca a la página en blanco dándoles una vida literaria no prevista.
El primer poeta que cantó al fútbol en América del Sur fue el peruano Juan Parra del Riego. En su permanencia en Montevideo en los años veinte del pasado siglo, el vate conoció como aficionado, a Eusebio Gradín, afamado futbolista de esos años y le dedicó el poema Polirrítmico dinámico a Gradín, jugador de fútbol. El texto hizo fortuna y figura en las más serias antologías de poesía peruana. Parra del Riego imaginaba a Gradín ágil, fino, alado, eléctrico, repentino, fulminante y sus disparos que iban a convertirse en goles tenían el golpe seco de la metralla. Después dos poetas españoles han cantado al fútbol: Rafael Alberti y Miguel Hernández y finalmente, solo para hablar de los más destacados, Carlos Germán Belli. El hecho tiene singular importancia porque subraya la voluntad del poeta de salirse de lo obvio en poesía. Sabido es que Umberto Eco clasificó al hombre contemporáneo como apocalíptico o como integrado. El primero no cesa de lamentarse por los malos tiempos que se viven, por el retroceso de la cultura frente a formas espúreas o bárbaras. Eco sostiene que la alta cultura contemporánea nos viene del renacimiento, que hay una cultura de difusión que copia a esa forma lograda y que existe algo inédito, que no tiene equivalente en el mundo renacentista y que es la cultura de masas. El sujeto apocalíptico rechaza toda forma que no venga del renacimiento y el integrado reconoce los aportes de esa cultura reciente y multitudinaria: la del lector de periódicos, del oyente de la radio, el espectador de televisión o el aficionado al fútbol. Belli, que ha sido futbolista de barrio en su juventud y que en su madurez continúa poniendo mucha atención al deporte, con los recursos de la poesía rinde homenaje a fútbol:
Estadio Vaticano
Los jugadores de fútbol
a sus camarines vuelven
paso a paso cabizbajos,
trémulos y sollozando
por entre las viejas ruinas de Occidente veneradas
y la chusma de poetas tan seguros de sí mismos,
levantadores de pesas, diplomados en gimnasios,
soberanos del amor, del dinero y la salud,
que ferozmente se burlan
del sensible futbolista,
legislador del planeta
por mandato de los cielos,
pero que pierde la bola cristalina de la suerte,
empujada por los austros hacia el arco solitario,
cuyos palos de repente en un atril se transforman
para el libro del fornido, más sin alma, ruin poeta,
que no vela ningún arco
y si desdeña a quien vive
como vos a duras penas,
guardameta, centrofodward,
en este de pan llevar áspero campo del mundo,
desde la cuna a la tumba sufriendo calladamente
de la vana chusma aquella qué de silbos afrentosos
por la súbita derrota de seis goles contra cero
en el preciso momento
de pasar del Paraíso
una noche de setiembre,
al Estadio Vaticano.
El poema combina versos de arte mayor con otros de arte menor; distribuido de una forma que semeja la colocación de los deportistas en el campo deportivo, se desarrolla trabajando la oposición entre futbolistas y aquellos que los desdeñan entre quienes está “la chusma de poetas”. Aunque el texto no lo dice explícitamente, el zahorí lector puede adivinar que numerosos pares en el oficio de escribir, diestros en lo suyo menosprecian a los futbolistas que hacen lo suyo mientras sufren calladamente silbos afrentosos de la vana chusma. El texto contrasta un oficio digno, el mismo que el poeta practica, la literatura, venida a menos por una masa de poetas convertida en chusma, igualada a levantadores de pesas, diplomados en gimnasios, con los propios futbolistas. La manera de trabajar esta oposición, no coloca las bellas letras en oposición a los deportes, sino que distingue a los adoradores de la escritura, vanos en su seguridad, frente a la humildad, el callado sufrimiento de los futbolistas que cumplen con su deber y están sometidos, si por alguna razón yerran, a la vindicta pública. Esta página de Belli, inscrita en lo profundo de la modernidad, en la sociedad de masas, colocan al poeta como un partidario de la práctica del deporte y de su observación. Pero al mismo tiempo, por una paradoja que poco se ha observado, vinculan al poeta con lo más clásico que podamos imaginar: la Grecia de Pericles. En aquellos años del siglo V antes de Cristo, el pueblo de Atenas entero, unas catorce mil personas se reunía en los teatros para disfrutar de las tragedias de Esquilo, Sófocles Eurípides y las comedias de Aristófanes, pero esa misma masa concurría luego a los estadios a vitorear a sus atletas en los juegos olímpicos. Es curioso, pero lo contemporáneo reproduce lo clásico hasta extremos impensados. Un mismo individuo, el poeta que pergeña los versos que celebramos, en el silencio de su gabinete, prepara sus endecasílabos, se refocila en la lectura de los clásicos griegos o castellanos, luego sale a la calle, cumple labores administrativas que le aseguran el pan diario y concurre como otros miles de espectadores a los estadios donde se juega el fútbol, y en los partidos más importantes que se juegan fuera de su ciudad, prende el televisor para deleitarse con las evoluciones de los futbolistas.
Otro texto de Belli nos habla también del fútbol:
El guardameta
Por velar el arco
del verde campo del fútbol,
por aquel del universo
sumo ser animado,
como los aires, la piedra o las aguas semejante,
e inerte, fijo, sin vida, tres palos colocados
en los linderos del orbe por donde se entra o se sale
ya mañana, tarde, noche, de estación en estación,
tu desdeñas fríamente,
sin pensar jamás dos veces,
el peso del centrofodward
que el cielo te reservaba
por ser hijo primogénito de la familia terrestre
y elaborado en el seno de los gérmenes supremos,
con óptimo patrocinio y el mayor de los primores,
tal si fueras destinado a vivir eternamente.
Y te olvidas por completo
de ti mismo y de tus deudos,
que están vivos y no son
este arco que tu vigilas,
que nunca ríe y no habla y no se mueve un centímetro,
para siempre indiferente a tus mil preocupaciones
en torno al balón ferroso de los mal aviesos hados,
en tanto ayunan contigo tus deudos en las tribunas,
mirándote todos mustios
como velas noche a noche
tu arco más inanimado
que la piedra, el agua o el aire.
El poema, en cierto sentido gemelo del anterior, en cuanto temática, se diferencia mucho de su homólogo. Formalmente es semejante, combina versos de arte menor con otros de arte mayor y se centra en el fútbol, pero se focaliza en un individuo, el arquero, llamado guardameta, el más humilde de los futbolistas. Los niños, sabido es, prefieren ser centrodelanteros. Solo aquellos que persisten en la práctica del deporte pueden llegar a alcanzar la pericia y el disfrute de otros puestos en el campo. Por cierto hay guardametas que han sido héroes de las canchas como Platko, el húngaro a quien cantó Rafael Alberti, como Zamora, a quien apodaban el divino, como Rafael Asca en el Perú, como Sergio Livinsgtone en Chile. Belli hace una abstracción de todos ellos y canta al guardameta, centrado en su actividad de impedir el triunfo de los antagonistas, solísimo junto a sus tres palos inanimados, más que la piedra, el agua o el aire. En el gran escenario del campo del fútbol, el guardameta cumple una función ritual, aparentemente pequeña, de su eficacia depende todo el espectáculo. Para él guardar la meta no es un disfrute, es una obligación, un trabajo; el disfrute es para los espectadores, pero no para el que pergeña la pluma. El pendolista Carlos Germán Belli se identifica con el guardameta y tiene el modesto oficio e cantar en medio de la vorágine de la civilización contemporánea. Si el poema Estadio Vaticano oponía el fútbol con otras actividades, la poesía, pero más exactamente con la sociedad de los poetas chusma, semejante de alguna manera a la sociedad de los levantadores de pesas, el texto El guardameta, si hacemos una comparación de la poesía con el cine, acerca la cámara, se vuelve minimalista, retrata la soledad de un individuo en medio de un campo de fútbol, en medio de la masa rugiente de aficionados en las graderías.
Cuarta cala
Hubo un poeta provenzal que estuvo en el principio de la poesía de su lengua; su fama conmovió a Dante, a Petrarca, a Ezra Pound y de alguna manera su estro está presente en la escritura de todos los adoradores de la forma como base indispensable de toda la actividad literaria. Arnaut Daniel entre otras perfecciones literarias es el creador de la sextina, probablemente la más compleja de las composiciones literarias en poesía. La sextina, sabido es, tiene 39 versos, distribuidos en 6 estrofas de 6 versos endecasílabos y una coda de tres versos de la misma medida. Tiene la particularidad de que las palabras finales de cada verso, en un orden que estableció Arnaut Daniel, se repiten en las estrofas siguientes y aparecen, dos en cada verso, en el terceto final. El poeta, antes de empezar a escribir el texto puede tener una partitura con las palabras elegidas y luego llenar cada uno de los versos. Como puede percibirse fácilmente, es una hazaña descomunal escribir una sextina que tenga sentido y gracia. Tal vez por eso no tenga mucha fortuna en la poesía contemporánea, pero sí en los textos de Carlos Germán Belli. De ella ha dicho Martín de Riquer que “puede llegar a adquirir un tono obsesionante y fantasioso al presentar ante el lector las mismas palabras bajo aspectos sucesivos y diversos, ondeando y serpenteando a lo largo de 39 versos. En el cultivo de la sextina solo puede salir airoso un gran poeta que sepa imponer su pensamiento a técnica tan rígida y tan artificiosa” (3).
Belli tuvo un primer contacto con la sextina leyendo al poeta español Fernando de Herrera, llamado en su época, el siglo XVI, el divino. Discípulo confeso de Garcilaso, Herrera, admirador impenitente de la belleza femenina, dedicó todas sus composiciones amorosas a la misma dama; cuando ella falleció, el vate dejó de escribir. Antes tuvo tiempo de pergeñar cuatro sextinas que han contribuido a cimentar su fama. Otro poeta que cultivó la sextina en el siglo XVI es Gutierre de Cetina, el magnífico poeta autor del célebre poema que comienza diciendo “Ojos claros, serenos”; cultivador de la sextina, murió en un duelo en Puebla, México, cuando en una callejuela defendió a una dama. De Gutierre de Cetina, Belli ha tomado la doble sextina que ha practicado en más de una ocasión. Pero una vez más, el poeta coloca en un molde antiguo sentimientos y formas de pensar contemporáneas. Veámoslo en la siguiente sextina:
Sextina de Kid y Lulú
Kid el Liliputiense ya no sobras
comerá por primera vez en siglos,
cuando aplaque su cavernario hambre
con el condimentado dorso en guiso
de su Lulú la Belle hasta la muerte,
que idolatrara aún antes de la vida.
comerá por primera vez en siglos,
cuando aplaque su cavernario hambre
con el condimentado dorso en guiso
de su Lulú la Belle hasta la muerte,
que idolatrara aún antes de la vida.
Las presas más rollizas de la vida,
que satisfechos otros como sobras
al desgaire dejaban tras la muerte,
Kid por ser en ayunas desde siglos
ni un trozo dejará de Lulú en guiso,
como aplacando a fondo en viejo hambre.
que satisfechos otros como sobras
al desgaire dejaban tras la muerte,
Kid por ser en ayunas desde siglos
ni un trozo dejará de Lulú en guiso,
como aplacando a fondo en viejo hambre.
Más horrible de todos es tal hambre,
y así no más infiernos fue su vida,
al ver a Lulú ayer sabrosa en guiso
para el feliz que nunca comió sobras,
sino el mejor manjar de cada siglo,
partiendo complacido hacia la muerte.
y así no más infiernos fue su vida,
al ver a Lulú ayer sabrosa en guiso
para el feliz que nunca comió sobras,
sino el mejor manjar de cada siglo,
partiendo complacido hacia la muerte.
Pues acudir al antro de la muerte,
dolido por la sed de amor y el hambre,
como la mayor pena es de los siglos,
que tal hambre se aplaca presto en vida,
cuando los cielos sirven ya no sobras,
mas sí todo el maná de Lulú en guiso.
dolido por la sed de amor y el hambre,
como la mayor pena es de los siglos,
que tal hambre se aplaca presto en vida,
cuando los cielos sirven ya no sobras,
mas sí todo el maná de Lulú en guiso.
Así el cuerpo y el alma ambos en guiso,
de su dama llevárselos a la muerte,
premio será por sólo comer sobras
acá en la tierra pálido de hambre,
y no muerte tendrá sino gran vida,
comiendo por los siglos y los siglos.
de su dama llevárselos a la muerte,
premio será por sólo comer sobras
acá en la tierra pálido de hambre,
y no muerte tendrá sino gran vida,
comiendo por los siglos y los siglos.
El cuerpo de Lulú sin par en siglos,
será un manjar de dioses cuyo guiso
hará recordar la terrestre vida,
aun en el seno de la negra muerte,
que si en el orbe sólo existe hambre,
grato es el sueño de mudar las sobras.
será un manjar de dioses cuyo guiso
hará recordar la terrestre vida,
aun en el seno de la negra muerte,
que si en el orbe sólo existe hambre,
grato es el sueño de mudar las sobras.
Ya no en la vida para Kid las sobras,
ni cautivo del hambre, no, en la muerte,
que a Lulú en guiso comerá por siglos.
ni cautivo del hambre, no, en la muerte,
que a Lulú en guiso comerá por siglos.
El poema de Kid y Lulú sigue rigurosamente las reglas inventadas por Arnaut Daniel. Dentro de ese molde, semejante a las letanías adormecedoras de la religión católica, de lo que habla el texto es la vuelta a algo muy primitivo: comer lo que se ama. Este poema que sería y es una delicia para psicoanalistas habla de la oralidad antropofágica que si bien existió siempre en la especie humana, aparece de manera repetitiva en las noticias de los diarios. Belli, con un humor sarcástico, se refiere a un presente eterno donde un hombre “come” a una mujer, que es el objeto de su amor. Destruir lo que se ama, tragarlo, es algo con lo que estamos familiarizados, aunque lo rechazamos como un retroceso cultural de la especie humana.
Tal vez el texto que mejor habla del propósito literario de Belli es Asir la forma que se va que leemos a continuación, como justo final de esta exposición:
Hay quienes creen en la Divinidad, únicamente ante el pavor ante la posible nada. Igualmente hay quienes adoran la forma artística ante el temor de que termine por desintegrarse para siempre. Pero en este caso la angustia no es la única causa, sino que a la vez hay una tácita devoción sensorial, tan antigua como los propios objetos estéticos. Es la fe en la forma, no por el riesgo del vacío, sino por el puro placer de disfrutarla. Igualmente como cuando se adora a la divinidad por 0sí misma, y aun si no existiera. En realidad, ni espuria, ni imputable a barrocos y parnasianos. No hay que avergonzarse de ella. Obrar así no es otra cosa que renegar de nuestro continente. Porque los cuerpos en que moramos también poseen un contorno, también una estructura donde se encuentran en perfecto orden y concierto los secretos órganos vitales. Aferrándonos a ella, como nos aferramos a nuestra forma corporal, ante el embate del tiempo, ante la aproximación ineludible de la muerte.
Lo heredado por Belli de la tradición occidental es la forma y en muchos sentidos él mismo es un adorador de ese misterio. Lo que nos ofrece cuando publica sus versos, es contenido nuevo, vino fresco, en odre antiguo y así, poco a poco, se ha ido convirtiendo en un clásico de la lengua española contemporánea y por esa razón lo celebramos aquí, como algo de lo mejor que el Perú puede ofrecer al mundo en literatura.
Lima, 24 noviembre de 2008
Notas
* Ponencia presentada el 26 de abril de 2007 en el “IV Congreso Internacional de Peruanistas”, Santiago de Chile.
(1) El texto de Mario Vargas Llosa apareció en el libro Carlos Germán Belli. Antología crítica. Selección y notas de John Garganigo. New Hampdhire. Ediciones del Norte. 1988.
(2) Bajo el título de “Página autobiográfica” Belli entrega interesantes disquisiciones en Carlos Germán Belli. Antología personal. Lima. Concytec. 1988.
(3) La cita la hemos tomado del libro de José Domíguez Caparrós. Diccionario de métrica española. Alianza Editorial. Madrid. 1999 p. 387
BIBLIOGRAFÍA
BELLI, Carlos Germán. Poemas. Lima. Talleres gráficos Villanueva. 1958.
------------------------- Dentro y fuera. Lima. Ediciones de la Rama Florida. 1960.
------------------------- ¡Oh hada Cibernética!. Lima. Ediciones de la Rama Florida. 1961.
------------------------- El pie sobre el cuello. Lima. Ediciones de la Rama Florida. 1964.
------------------------ Por el monte abajo. Lima. Ediciones de la Rama Florida. 1966.
------------------------ El pie sobre el cuello. Montevideo. Editorial Alfa. 1967. (Reúne todos los libros anteriores).
------------------------ Bodas de la pluma y la letra. Madrid. Ediciones Cultura Hispánica. 1985.
------------------------ Antología personal. Lima, Concytec. 1988.
------------------------ ¡Salve spes! Lima. Pontificia Universidad Católica del Perú. 2000.
----------------------- En las hospitalarias estrofas. Madrid, Péñola Blanca. 2001.
----------------------- Versos reunidos (1970-1982). Lima. Instituto Nacional de Cultura. 2005.
viernes, 29 de mayo de 2020
jueves, 28 de mayo de 2020
CARTA A UN AMIGO. Por HELDA VALDEZ VILCHEZ
HELDA
VALDEZ VILCHEZ
CARTA A UN AMIGO
¿Amigo, adónde se fueron los años?
Llegó el otoño a nuestras vidas
y te sigo queriendo tanto,
porque Tú llenas mi vida de amor
de nuevos pensamientos, y de sueños,
Tú que me das parte de tu vida,
para completar la mía.
Y entrando yo, igual a otro tiempo
me siento muy feliz y segura,
respaldada en y por tu amor y experiencia,
avanzando cogida siempre de tu mano.
Nuestros cabellos blancos y escasos,
son prueba de lo vivido
recuerdos tristes pero también felices.
Surcos en nuestros rostros
hermosas huellas de lo caminado.
¿Amigo, adónde llegaremos?
no lo sabes, ni Tú ni Yo,
solamente confiemos en la realidad
de nuestra primavera otoñal
porque no han terminado las esperanzas
ni los sueños por tratar de cumplirlos.
Entonces... adelante mi Señor,
mi verdadero y leal Amigo,
continuemos amando la vida
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