RETRATO EN BLANCO Y NEGRO (NO VIRTUAL) DE TG. ESCAJADILLO
Por
WINSTON ORRILLO.
“Honrar, honra”.
José Martí
Flash back a la década del 60. Pasada
centuria. 1964. Debo cumplir un encargo del maestro Tamayo. Partir para lo que,
más adelante, se llamaría SECIGRA o algo por el estilo. Es decir, ir a la
entraña del país, para sembrar lo que, creemos, estamos cosechando (en mi caso, el azar me condujo a Chiclayo).
En la Facultad de Letras estábamos, en el
ejercicio de la docencia (jóvenes, flamantes Jefes de Prácticas) Tomás Gustavo
Escajadillo y yo. No sé con quién
compartió los alumnos que yo dejé de ver por un trienio. ¿Tomará los dos turnos: antes,
uno tenía el grupo matutino; otro, el vespertino?
Si la
memoria no me traiciona, es así, más o menos, como se da la obertura en esta
suerte de opera omnia que vino a ser
nuestra vida en la Cuatricentenaria “trinchera de lucha”, para volver a citar
al Héroe Nacional de Cuba.
Porque
nuestra vida y nuestro hábitat se dan
en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, desde donde disparamos y adonde nos
llegan todos los misiles. De una Universidad que, asimismo, algunos han querido
–no solo hogaño- convertirla en una “torre de marfil”, en el refugio apócrifo de una suerte de scholars, totalmente fuera de contexto.
Enseñar es, básicamente, enseñarse.
Conducir el conocimiento es, al mismo tiempo, ir descubriendo las sendas no
holladas (o mal holladas o tratadas con artería o con los espurios intereses de
hogaño: porque partimos del principio de
que no creemos en la inocencia).
Vinieron los viajes, las becas, los
cargos:(él llegó a brillante Decano; yo, a Director de Escuela); en el ínterin, profesores visitantes; que jurado
internacional, que mi nuevo libro, que los críticos del Establishment (recuerdo que él me corrigió esta palabreja a la que
yo había escrito sin la “e” inicial: TGE sabía inglés; yo, apenas lo
deletreaba); que los críticos de marras se especializaban en “silenciar”.
Recuerdo que el Ministro de Cultura de Ecuador –un afrodescendiente- me dijo
que esos “críticos” tenían la misión de “invisibilizarnos”: gran verdad: les
somos incómodos a sus capitostes.
Sea como fuere, se ha hecho algo para vencer un muro, no
precisamente de Berlín: TGE acaba de ser nombrado Profesor Honorario en la muy
reconocida Universidad San Antonio Abad, del Ombligo del Mundo; y hace poco
recibió el Premio La Casona, que otorga nuestra Alma Máter a las más altas personalidades de la Cultura Peruana.
Sus libros se editan y se reeditan, y
siguen expandiendo un aura de conocimiento absolutamente necesaria para la
correcta lectura (o relectura) de nuestros clásicos.
Porque Tomás comparte el ejercicio del
pensamiento con el compromiso
(palabra vetada por tantos tartufos postmodernos) en la búsqueda de la
identidad nacional, en el esclarecimiento de aquellos penates que, malgré tout, se encuentran en la base de
lo que aun puede identificarse con lo nacional.
Precisamente en una época en que “lo
nacional” es casi una expresión políticamente
incorrecta: escribo, es obvio, a partir de la brutal, omnívora, arremetida –en
estos últimos veinte años- del neoliberalismo, del “capitalismo salvaje”, cuyos arrestos al parecer (estamos en abril de
2009) ya han sido puestos al descubierto. Y sus afeites de bataclana de un Moulin Rouge demodé, han caído
totalmente: a pesar de la estulticia de algunos esperpentos que pretenden que
“la crisis es momentánea”.
Porque debe quedar muy en claro que el
pensamiento literario de TG Escajadillo ensambla, inequívocamente, con el
devenir del tiempo en el que se dan sus exégesis.
Aclaro, él –profesor fuera de serie-
investiga, lucubra sobre temas que son de una urgencia urticante.
Todos conocíamos las obras de José
Diez Canseco, Enrique López Albújar, Ciro Alegría, José María Arguedas y Manuel
Scorza, pero ¿qué se había escrito sobre ellas? ¿Quién nos había enseñado a
decodificarlas? ¿Cuál era la óptica
aplicada para la correcta dilucidación de sus lenguajes? ¿A qué intereses
obedecía aquélla?
Nuestra Generación literaria nace bajo
el aura de la Revolución Cubana.
La historia se dividió en un antes del 1º de Enero del 59, y un
después. Pero lo que muchos no entienden, ni entenderán jamás –menos después de
haber estado inficionados por tantos quinquenios de desinformación, en esta
guerra mediática que es perentorio contrarrestar-;¸lo que muchos no entenderán,
es que una revolución cabal no se entiende sin su decisiva esencia cultural.
En una sola expresión: una genuina
revolución es, asimismo, un hecho cultural.
Bastaría, para ello, recordar la
conocida cita de nuestro Amauta José Carlos Mariátegui: “...la revolución será,
para los pobres, no solo la conquista del pan , sino la conquista del arte, del
pensamiento y de todas las complacencias del espíritu”.
Y mariateguistas en esto, como en
mucho, los cubanos fundaron la Casa de
las Américas, atalaya cultural desde la que se trató de imbricar el combate de
la Sierra, la selva y los llanos, así como las ciudades; con el papel del
pensamiento y la creatividad de aquellos que, permanentemente, y muchas veces a
costa de sus vidas (Heraud, Leonel Rugama, Haroldo Conti, Edgardo Tello, Rodolfo Walsh, Vìctor Jara y otros) mantuvieron,
enhiesto, el gonfalón de la cultura.
De la Nueva
-aunque invicta- Cultura de nuestro sub-continente.
En Cuba se seguía el mensaje de Martí
–el “autor intelectual” del Ataque al Cuartel Moncada, según palabras del
propio Fidel en el Juicio del Moncada-; así como, muchas veces sin saberlo (y
en esto algo hemos trabajado) asimismo el del Amauta Mariátegui (*)y su
socialismo “sin calco ni copia”, y su “filiación” y su “fe”, y su imposible divortium acuarum entre “el artista y la
época”.
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(Véase mi libro “Martí/Mariátegui. Literatura y Revolución en América Latina”. 2da
edición. Fondo Editorial EDUCAP, Lima,
2009)
Y en todo esto anduvimos junto a TG,
en quien siempre admiramos su acuciosa dedicación a la exégesis del texto, sin
descuidar fuentes auxiliares, por lo que no vacilamos en afirmar que cada uno
de sus ensayos, cada uno de sus libros es un permanente venero, un manantial que nos conduce a otros caminos,
a vericuetos concomitantes que apenas vislumbrábamos al inicio de la aventura
de leerlo.
Pues cada inmersión en un texto de TGE
es un verdadero periplo, no solo por el asunto que está tratando, sino por
todos los temas concernientes, que sobrevienen en ese mismo momento, en/con esa
misma cita.
La adhesión de nuestro autor a la
filosofía política de nuestro tiempo –a la del Amauta,
esencialmente- se nota en uno de sus filones más esclarecidos: el estudio del
Indigenismo, como esencia de las obras de Ciro Alegría y José María Arguedas.
Con una panoplia de autores que cita y
comenta –especialmente Antonio Cornejo Polar y Alberto Flores Galindo- TGE
participa en la famosa polémica del indigenismo -1927- que se publica en un
libro manipulado por ese gran manipulador que fue Luis Alberto Sánchez, a
partir de uno de sus testaferros, verdadero títere al que el varias veces ex
rector de San Marcos, le proporciona materiales debidamente “editados”, a fin
de quedar bien él (Tomás lo dice más
diplomáticamente “reunidos y anotados caprichosa y equivocadamente por el mismo
Sánchez” (*))
Allí nuestro autor destaca lo que ha llamado, muy precisa y
exactamente, el “indigenismo socialista” de Mariátegui.
Pero mejor leamos sus propias
palabras: “tanto en lo literario como en lo político-social el indigenismo está
englobado en la categoría mayor “socialismo”; y para ello el mejor camino es
dejarle la palabra al propio autor de los 7
Ensayos, quien escribiera en el número 7 de su revista Amauta, y bajo el título
de “Polémica finita”, estas esclarecedoras
(*)
Escajadillo, Tomás G.: “Ciro Alegría, José María Arguedas y el Indigenismo de Mariátegui”.
En Mariátegui y la literatura. Biblioteca Amauta. Lima, 1980. p. 63
palabras:
“Lo que afirmo por mi cuenta, es que
de la confluencia o aleación de “indigenismo y socialismo, nadie que mire al
contenido y a la esencia de las cosas, puede sorprenderse. El socialismo ordena
y define las reivindicaciones de la clase trabajadora. Y en el Perú las masas -la clase trabajadora—son en sus cuatro quintas
partes indígenas. Nuestro socialismo no sería, pues, peruano -ni siquiera
socialismo-, si no se solidarizase, primeramente, con sus reivindicaciones
indígenas. En esta actitud no se esconde nada de oportunismo. Ni se descubre
nada de artificio, si se reflexiona dos minutos en lo que es socialismo. Esta
actitud no es postiza ni fingida, ni astuta. No es más que socialista.”
Y con esa claridad que allende el
tiempo nos sigue deslumbrando, Mariátegui continúa (no dejo de explicar que
hasta para hacer citas hay que ser un maestro, y TGE lo es). Dice, pues,
Mariátegui –citado magistralmente por nuestro autor, y con ello deja desnudo de
argumentos al muy criollo y especioso señor Sánchez:
“Pero, para ahorrarse todo equívoco
(…) en lo que me concierne, no me llame Luis Alberto Sánchez “nacionalista”, ni
“indigenista”, ni “pseudo-indigenista”, pues para clasificarme no hacen falta
estos términos. Llámeme, simplemente socialista. Toda la clave de mis actitudes
está en esta sencilla y explícita palabra. Confieso haber llegado a la
comprensión, al entendimiento del valor y el sentido de lo indígena, en nuestro
tiempo, no por el camino de la erudición libresca, ni de la intuición estética,
ni siquiera de la especulación teórica, sino por el camino –a la vez
sentimental y práctico- del socialismo. (*)
Y
el propio TGE que, sabiéndolo o no sigue el camino y el pensamiento del autor
de El socialismo y el hombre en Cuba,
y especialmente aquel apartado que dice: “Revolución socialista o caricatura de
revolución”; precisa más adelante, y con ello pone la pica en Flandes para no
andar con arrumacos al respecto:
--------------------------------------------------
(*) Ibidem
“Mariátegui
influyó decisivamente sobre la literatura indigenista (especialmente sobre la
narrativa, creo yo); después de 1928 el camino que adopte un novelista será ´a
favor o en contra de Mariátegui´. Creo que es evidente que el signo posterior a
1928 que asume la novela indigenista más representativa, muy especialmente la
narrativa de Ciro Alegría y José María Arguedas (que publican sus primeros
libros en 1935, apenas siete años después que los 7 Ensayos), está marcado por la influencia del libro de
Mariátegui, y desde una perspectiva
complementaria, por el ejemplo de Amauta” (*).
Una de las características del
substrato desmitificador de TGE, y que confunde a muchos por su natural suave y
por su voz más bien pausada y de articulación lenta, es la certeza con que
dispara sus misiles intelectuales, los que, siempre, son dirigidos contra el
enemigo de clase que, por cierto, también funciona en la literatura, en el arte
(aunque esto les sepa a chicharrón de sebo a algunos).
Por ejemplo, lo que él afirma, con ese
manejo esclarecido y esclarecedor del criterio,
para el “indigenismo socialista” de Mariátegui, es, mutatis mutandis, lo que le servirá para enfilar sus baterías
contra otros genios del marketing
literario y personajes promocionados por el Establishment,
que no solo quiere reafirmarse, por cierto, en lo económico, sino que necesita mantener
actuantes a sus divos en el campo de la
cultura.
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(*)
Escajadillo, Tomás G.: “Ciro Alegría, José María Arguedas y el Indigenismo de Mariátegui”.
En Mariátegui y la literatura. Biblioteca Amauta. Lima, 1980. p. 63
(*) Escajadillo, Tomás Gustavo: “Para
leer a Mariátegui: 2 Tesis de los 7 Ensayos. En 7 Ensayos / 50 años en la
historia. Lima. Empresa Editora Amauta, 1979, pp-78-83; 100-106; 117-118 y
129.
“Mariátegui
influyó decisivamente sobre la literatura indigenista (especialmente sobre la
narrativa, creo yo); después de 1928 el camino que adopte un novelista será ´a
favor o en contra de Mariátegui´. Creo que es evidente que el signo posterior a
1928 que asume la novela indigenista más representativa, muy especialmente la
narrativa de Ciro Alegría y José María Arguedas (que publican sus primeros
libros en 1935, apenas siete años después que los 7 Ensayos), está marcado por la influencia del libro de
Mariátegui, y desde una perspectiva
complementaria, por el ejemplo de Amauta” (*).
La vinculación con la realidad social
de todos los fenómenos literario-creativos, es
una de las verdades, como un puño, que enarbola nuestro autor, línea de
avanzada de la gran literatura crítico-ensayística de Nuestra América.
Celebro, y no puedo dejar de citar, el
propio lenguaje del autor de Mariátegui y
la literatura peruana, pues no es frecuente lo diáfano en la revelación del
pensamiento y de aquello que se encuentra allende la epidermis de la palabra.
Escribe TGE: “El `indigenismo
socialista´de Mariátegui implica una cancelación de todas las posturas
anteriores; en rigor, rechaza toda solución que, adoptando una postura
paternalista, racista o idealizadora, ignore el núcleo vital interno del
problema: la tenencia de las tierras”.
Mílite de todas las causas en las que
está en juego el destino de la criatura humana, gonfalonero de una crítica
literaria inmersa en el mundo de la lucha de clases (de ésa que -¡otra vez!- a
los volatineros posmodernos les arranca un vade retro, Satana!) nuestro querido
colega y compañero –en el buen sentido del término- ya, hace rato, tiene
inscrito su nombre en el fragoroso paseo de la fama de aquellos autores
imbricados con el destino de sus pueblos, hombres humanos para los cuales no
obsta el alto nivel de su desarrollo intelectual, sino que saben, con Vallejo,
que “todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él”.
Entrañable, fraterno, Tomás Gustavo
es, en los días que corren, uno de los paradigmas del genuino homme de
lettres, cuya falta tanto nos hace,
en medio de tantos homúnculus que el
Sistema nos enrostra y, mediante un tsunami mediático, pretenden hacerlos
santos de nuestra devoción.
Y claro que algunos desavisados –o
interesados- caen. Pero nosotros, como decía el Che, ¡ni un tantico así!